La sencillez y claridad de los versos del canto a lo Divino tienen como finalidad última la transmisión del mensaje cristiano arraigado en el alma de nuestro pueblo, especialmente aquella verdad evangélica anunciada por misioneros y doctrineros desde el principio de la evangelización.
Eddie Morales Piña. Crítico Literario.
La Semana Santa es la Semana Mayor de la Cristiandad porque en ella se celebran los grandes acontecimientos de la Redención del mundo por el Sacrificio de Jesucristo en el Calvario. El arte y la literatura, en particular, no han estado ajenos a estos sucesos que están narrados en los evangelios canónicos. En este sentido, en los tiempos medievales, la denominada “Bibliae pauperum” no era más que la utilización de las formas artísticas para mostrar las realidades trascendentes a unas personas que muchas veces no sabían leer ni escribir. Así, por ejemplo, en los orígenes del teatro medieval hispánico, alrededor de fines del siglo XII y comienzos del siglo XIII, encontramos que las formas dramáticas incipientes se desprenden de formularios litúrgicos que se agruparon en dos momentos fundamentales en la historia de la salvación, a saber el que aludía al tiempo de la Navidad, y otro que se refería a la Pasión de Cristo. A estos núcleos se les llamó el Ciclo de la Natividad y el Ciclo de la Pasión; se refería este último a los pasos de Jesús desde su entrada a Jerusalén hasta su muerte en el Gólgota. Luego se sumaría el Ciclo de la Resurrección.
Precisamente, en la poesía popular chilena, es decir, aquella de tradición oral que se remonta varios siglos atrás, existen dos variantes; por una parte, los denominados Versos a lo humano y, por otra, los Versos a lo Divino. En esta segunda particularidad –que se inserta, a su vez, en la llamada religiosidad popular-, es que se han rearticulado los ciclos medievales a que se hizo mención. Hace varias décadas atrás, el Padre Miguel Jordá publicaba “El Mesías. Un catecismo para toda la familia. La fe cantada por nuestros poetas populares”. Se trata, efectivamente, de una obra en que se repasa la doctrina cristiana en sus aspectos esenciales y esta a su vez se “traduce” en versos a lo divino por cantores chilenos, entre los que se hallaba don Arnoldo Madariaga, padre, quien aparece en una fotografía de la contraportada sosteniendo en sus manos la “Biblia del pueblo”.
El padre Miguel Jordá –a quien se debe en gran parte la recuperación de los versos populares a lo Divino en diversos libros- agrupa a los poetas que se refieren a los hechos que celebramos en la Semana Mayor bajo el título de “Padecimiento”, que involucra temáticamente a la entrada de Jesús en Jerusalén, la Última Cena y la Institución de la Eucaristía, que son el preámbulo de la Pasión, Muerte y Resurrección. En estos versos del poeta Moisés Vargas se nos abre en plenitud el misterio celebrado: “Después de la Santa Cena/ los judíos lo prendieron/ los discípulos huyeron/ llenos de congoja y pena.// Por no ver aquella escena/ hasta el sol se oscureció/ y la luna no alumbró/ de pesar y sentimiento/ y el velo santo del templo/ por la mitad se partió”.
La sencillez y claridad de los versos del canto a lo Divino tienen como finalidad última la transmisión del mensaje cristiano arraigado en el alma de nuestro pueblo, especialmente aquella verdad evangélica anunciada por misioneros y doctrineros desde el principio de la evangelización. Miguel Jordá sostiene que “los misioneros que evangelizaron Chile durante la época colonial fomentaron en todas partes la devoción a la Santa Cruz (…) Se sabe que a medida que iba penetrando la fe cristiana, la primera tarea de los lugareños era levantar una cruz en la cumbre de los cerros”. Como signo de la cristiandad, la Cruz de Cristo se convirtió en un motivo recurrente en los versos a lo divino, pues en ella los cantores reafirman la fe de que en el “noble madero”, el “árbol de la Vida” o en el “florido leño”, Jesús, el Nazareno, nos alcanzó la Redención: “Salve tan noble madero/ que nos trae salvación/ salve tan hermoso don/ y salud del mundo entero.// No se compra con dinero/ tan artístico valor/ en la Cruz murió el Señor/ pura flor de siempre viva/ salve verde y pura oliva/ salve cedro del amor”. Estos versos de Manuel Gallardo expresan de manera elocuente, profunda y sencilla lo que significa “la escala que llega al cielo/ por el Señor escogida”. Los versos por Padecimiento de Gallardo están inspirados en el Crux fidelis con que la liturgia del Viernes Santo le canta a la Cruz de Cristo. Según una nota del libro de Jordá, el poeta declaraba que “yo me inspiré en un librito que un Padre dejó en unas misiones y que hablaba de Semana Santa”.
En cada décima por Padecimiento descubrimos la devoción, la piedad, la doctrina del poeta a lo Divino que recuerda los pasos principales del Mesías verdadero llevando el madero ensangrentado hasta la cumbre del Calvario: “Cuando al Calvario llegó/ con el pesado madero/ el Mesías Verdadero/ al suelo se desplomó./ San Juan esto d’explicó/ en el calvario yo anduve/ por tres horas me detuve/ al pie de la santa cruz/ y al final dijo Jesús/ quiero prenda que me dure”. El último verso de esta décima de Miguel Galleguillos, recoge el verso tercero de la cuarteta inicial como es tradición en este tipo de versares populares. En esta cuarteta del mismo poeta se sintetiza en cada uno de los versos los misterios celebrados en la Semana Mayor: “Jueves santo preso Cristo/ Viernes Santo fue el entierro/ Sábado le cantan gloria/ y el Domingo subió al cielo”: “Los judíos por noticias/ buscaban a Jesucristo/ Judas dice yo lo he visto/ en el Huerto y agoniza./ A los suyos los avisa/ Jesús dice ya estoy listo/ y a morir no me resisto/ ni a recibir empujones/ y entremedio los sayones/ Jueves santo preso Cristo”.
Los versos por Padecimiento a lo largo de nuestro país eran muy significativos –sostiene Miguel Jordá en esta obra que no tiene data-, agrega que “este es el fundado más abundante en el repertorio popular”. La Pasión de Cristo, especialmente el tema del madero de la Cruz, pareciera que ha marcado al poeta popular. Estas décimas de Rodemil Jerez toma al pelícano como símbolo de Cristo y su sacrificio. El ave está desde tiempo inmemoriales dentro del imaginario cristiano para referirla al Hijo del Hombre; el poeta popular recrea significativamente tal simbolismo: “Pelícano glorioso/ te picai el corazón/ para ayudar a vivir/ al Mártir de la Pasión”: “Al fin ave misteriosa/ representas a Jesús/ no hay otra de más virtud/ en la creación hermosa./ Es tu vida trabajosa/ el emblema del amor/ ave mueres de dolor/ convertida en alimento/ recuerdas el Testamento/ que a todos dejó el Señor”.
La Resurrección de Jesucristo es el culmen de la Buena Noticia. Como dijimos al comenzar, el ciclo de la Resurrección se convirtió tempranamente también en una temática para ser tratada de forma artística. Los poetas a lo Divino no podían dejar de cantar la Pascua del Señor. Las palabras de San Pablo de que “vana es nuestra fe” si Cristo no ha resucitado, se traducen poéticamente en múltiples décimas: “Prometió Nuestro Señor/ que iba a ser resucitado/ por su Padre tan amado/ que de este mundo es Autor./ Lo que el viernes fue dolor/ el domingo es alegría/ y en llegando al tercer día/ el Señor resucitó/ de esta forma se cumplió/ tan sagrada profecía”.
En definitiva, la sana doctrina encerrada en sencillos, pero significativos versos que en su prístina belleza nos muestran la sabiduría del pueblo fiel.
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