La tematización de los campos de concentración o de exterminio de la Alemania nazi son un locus horribilis dentro de la literatura contemporánea. En este sentido, contrapongo el tópico al locus amoenus de la escritura clásica desde los griegos en adelante. El lugar horrible marcó de por vida a quienes fueron sobrevivientes de aquellos lugares que se extendieron como espacios de reclusión, pero más de bien de muerte de personas, especialmente judías. Cuando hablo de tematización quiero significar que aquellos locus -cuya toponimia ahora tiene una connotación dramática, lúgubre, mortuoria-, se han convertido en un campo escriturario. En otras palabras, existe una literatura que organiza la historia narrativa a partir de aquellos. De este modo, hay novelas ambientadas en estos lugares, especialmente en Auschwitz; pero también hay relatos testimoniales o memorísticos de los que lograron sortear los espacios ominosos: son los sobrevivientes como es el caso del periodista y escritor húngaro József Debreczeni, nacido József Bruner, en Budapest en 1905 y fallecido en Belgrado en 1978, quien pasó gran parte de su vida en Yugoslavia. Se trata, sin duda, de un sobreviviente del Holocausto. El relato suyo lleva por título Crematorio frío. Una crónica de Auschwitz y fue publicado por primera vez en 1950 en húngaro. Tampoco se puedes soslayar que hay abundante bibliografía de estudios de carácter histórico en torno al tema.

El título del texto de Debreczeni tiene resonancias donde la muerte corporal ocupa la significación del sustantivo crematorio. Hoy la palabra forma parte del uso habitual siempre conectada a lo mortuorio. Sin embargo, en décadas pasadas durante la Segunda Guerra Mundial el concepto provocaba miedo y escozor, por cuanto eran los lugares donde se convertían en cenizas los cadáveres de los muertos en los campos de exterminio. El término denota, además, el fuego, lo incandescente, el calor extremo. En el título del testimonio del periodista y escritor húngaro la palabra aparece calificada por un adjetivo antitético; es un crematorio frío. En el transcurso de la narración el lector descubrirá el sentido de lo gélido. Mientras el receptor del texto lea, experimentará dicha condición de frialdad absoluta, no sólo en lo ambiental sino en lo humano. El subtítulo indica que el relato es una crónica, por cuanto da cuenta pormenorizadamente de un tiempo transcurrido en un determinado espacio. Podría haber sido también un diario de vida, pero de la vida desarraigada de un hombre puesto en un lugar cuya habitabilidad era desastrosa y cuya familia -sus padres y esposa- fue eliminada a la llegada al campo de Auschwitz. La sobrevivencia de Debreczeni pareciera ser un milagro o el destino quiso que así lo fuera. La muerte del joven rabino ante los ojos de József es determinante en este sentido. Además de ser una crónica es, no cabe duda, un relato testimonial de carácter memorístico. Hoy se le denomina a esta categoría narrativa como perteneciente a los géneros referenciales. La obra del Debreczeni apela al criterio de lo visto y lo vivido que es un viejo tópico de la literatura universal; significa que quien estuvo en un espacio y tiempo puede dar fe de que lo que se relata es verdadero, que no es mera ficción. El relato testimonial como género adopta códigos propios del discurso narrativo ficcional. El lector de esta crónica de Debreczeni podrá darse cuenta de lo sostenido. La narratividad está en un sujeto del enunciado -es decir, lo narrado- que es el sujeto de la enunciación -el narrador que, en este caso, es el personaje histórico, el periodista y escritor húngaro en los campos de exterminio. Un peregrinaje de un año convertido en tiempo interminable. El político húngaro László Endre fue un colaborador de los nazis y desempeñó un papel fundamental en la deportación de los judíos húngaros.

El discurso testimonial y memorístico -Debreczeni narra habiendo pasado un tiempo desde la liberación del campo donde está al momento de la llegada de los soviéticos cuando ya el Tercer Reich se encuentra abatido y derrotado- está estructurado en dos partes. En la segunda es donde se revela el porqué del crematorio frío. En la primera, es cuando pierde su identidad. Se convierte en un mero número marcado en su carnalidad y a tener la experiencia traumática y dantesca de comenzar a sobrevivir a como dé lugar. El periodista y escritor guardó en su memoria detalles que sorprenderán al lector como la estricta jerarquía que existía en los campos donde algunos propios prisioneros ejercían la autoridad por encargo de los nazis con mayor violencia. El autor del testimonio no escatima descripciones que al lector podrán parecer inauditas en la humanidad. Habiendo sido deportado el 1 de mayo de 1944 de la Yugoslavia ocupada por Hungría, con la supuesta creencia para desarrollar labores agrícolas -desde antes ya había ejecutado trabajos forzados-, el tren de carga donde va hacinado con muchos se desvía hacia un lugar de los que tenía conocimiento -la tierra de Auschwitz, como la llama con ironía, Auschwitzlandia-, los campos de exterminio, y su único pensamiento es la muerte. Llegado el momento de la selección -unos a la izquierda, otros a la derecha, lo que marcaba el destino final-, queda a sus treinta y nueve años para sobrellevar una experiencia de indecibles tormentos de maltrato, humillación, terror, enfermedades, hambruna, y finalmente, muerte natural provocada por todo aquello, o bien por un balazo en la frente, en una serie de campos de concentración que culminaron en el crematorio frío. En las páginas iniciales del libro aparece un mapa a escala de los campos de concentración del Gran Reich Germánico que indica el viaje de Debreczeni desde la deportación de la Yugoslavia ocupada por Hungría hasta la liberación en el campo de Dörnhau donde estaba el crematorio frío. El lector del testimonio conoce que el periplo de Debreczeni fue un verdadero viaje de círculos concéntricos hasta donde logra sobrevivir. El crematorio frío era un supuesto hospital donde iban a dar los prisioneros que estaban muy débiles y allí esperaban la muerte, apurada por los supuestos sanadores. Pero este no era más que otro locus horribilis. La convivencia con la muerte corporal era habitual -que ya había experimentado antes en los otros lugares el periodista y escritor. En Dörnhau encontrará la liberación cuando ingresen las tropas soviéticas, pero paradojalmente deberá permanecer allí junto a otros muchos en cuarentena por la epidemia que se había desatado en el campo.

En síntesis, el lector que ingrese a este testimonio podrá percatarse de que se trata de una obra imprescindible de valor incalculable -como se dice en la solapa- equiparable a las de Primo Levi, el escritor italiano de origen judío sefardí también sobreviviente. Una obra impactante que no puede dejar indiferente sobre un momento trágico de la historia de la humanidad.

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