En la abundante producción lírica del poeta Pablo Neruda hay un libro insoslayable que ha sido leído por varias generaciones y producido otras tantas interpretaciones en análisis exegéticos. El texto fue generado cuando el futuro Premio Nobel de Literatura era un joven que aún no alcanzaba los veinte años. Se trata del poemario Veinte poemas de amor y una canción desesperada, publicado por vez primera en 1924. Como un dato significativo, en 1920 escribía un poema titulado Hombre que no firma con su nombre, sino con el de Pablo Neruda. Por tanto, este año se cumple el centenario de la publicación de este libro por la Editorial Nascimento y constituye un verdadero acontecimiento literario, pues forma parte ya del canon poético del autor, además de la literatura universal. De esta obra se han hecho múltiples ediciones y ha sido traducido a variadas lenguas. Sin duda que se trata de un clásico, ya que siguiendo los parámetros estéticos de Italo Calvino los Veinte poemas cada vez que se leen es como si fuera la primera vez que el lector se va adentrando es las páginas nerudianas.

Recientemente hemos releído el texto en una hermosa edición digna del centenario y que probablemente a Neruda le hubiese gustado mucho. El formato del libro rompe con los márgenes a que estamos acostumbrados, ya que la línea vertical es más alta que la horizontal. La portada es de color verde. Simbólicamente, la escogencia del verde es un acierto editorial. Verde que te quiero verde, decía Federico García Lorca. Para Neruda el verde era un color especial. Fue como su identidad escrituraria. Luego sobre este fondo verde hay una imagen de un árbol en cuyo margen inferior hay una pareja de enamorados. Sobrepuesto el título del poemario. La textura de todo lo anterior es palpable a quien toma el libro. Otro acierto, pues el tacto está en relación con el contenido poemático de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada. El tacto tiene que ver con lo sensual y, en consecuencia, con lo erótico. Al abrir el libro el lector se encontrará con que las páginas del libro que contienen los poemas y la canción nerudianas son del mismo color verde y que están antecedidos por imágenes en dicho tono de clásicas pinturas que tematizan el amor a través del tiempo como la conocida El beso de Francisco Hayes de 1859.

Resulta casi inoficioso referirse a los poemas de Neruda en esta edición o en otras, pues como lo dijimos la obra ha sido revisada hermenéuticamente profusamente sobre la base de diversas percepciones exegéticas. Un lector histórico -es decir, aquel que leyó el texto en el momento de su emergencia- probablemente tuvo una connotación distinta a uno que lo haga en el siglo XXI. De todos modos, en estas diversas lecturas la clave -la llave- está en la palabra amor. Se trata de un poemario que se inserta en una larga tradición histórica sobre el motivo literario del amor -las pinturas nos van desplegando que dicho asunto ha estado presente desde siempre en la historia de la literatura. La guerra de Troya tematizada por Homero en la Ilíada tuvo como detonante una relación amorosa. Los poemas nerudianos escritos en su juventud primaria muestran que dicho motivo será un eje fundamental en su producción lírica. El amor siempre estará presente. Todo es amor en sus diversas formas. En esta incipiente obra, Neruda sin pensarlo echó las bases de una poética amorosa donde el sentido de lo erótico es esencial. La eretocidad -perdone el lector el neologismo- cruza todo el poemario. El hablante lírico -es decir, el sujeto que está trasmutado mediante el lenguaje- se goza en la percepción de la amada que aparece conectada con lo telúrico y lo astral. La relación amorosa puede estar concretada en el hacer físico, o bien en la imaginación lírica del hablante cuyo temple de ánimo va cambiando. A veces pareciera ser que es una amante ideal, un amor platónico; otras, una mujer que responde a los requiebros amorosos. Pero hay una constante, el hablante se siente un ser desesperado -el poema final con que se cierra el poemario, parece corroborarlo. De la lectura del poemario se desprende una actitud vitalista del hablante lírico, además de apasionada que se regocija en la carnalidad femenina –Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos… Los Veinte poemas recogieron la inspiración de poetas del modernismo latinoamericano, además de la poesía de Delmira Agustini o Alfonsina Storni en cuanto a la sensualidad del quehacer poético. Estos poemas nerudianos han formado parte del imaginario colectivo, especialmente el poema 15 – Me gustas cuando callas porque estás como ausente, / y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca– o el poema 20 –Puedo escribir los versos más tristes esta noche-. Sin embargo, la canción desesperada no les va en zaga en cuanto a la condición menesterosa del hablante desdichado en su agonía amorosa, sensualista y erótica: Abandonado como los muelles en el alba. / Es la hora de partir, oh abandonado!

La edición del centenario de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada concluye con un epílogo de Darío Oses donde inserta el poemario nerudiano en la larga historia del motivo del amor en la literatura. En definitiva, esta obra primigenia del poeta es un clásico ineludible que permite entender y comprender su producción posterior donde el amor, el sensualismo, el erotismo son una constante escrituraria. Se trata de un libro universal.

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