En realidad, hoy casi nadie escribe cartas al modo clásico, pues estas han sido reemplazadas por las formas tecnológicas de comunicarse en la llamada sociedad del conocimiento. El vocativo inicial, el cuerpo y el saludo final de la carta son como los elementos pivotes de esta escritura que se convirtió en un “género de al lado” -es decir, una escritura referencial. Gabriela Mistral en las cartas a Doris Dana tiene en mente esta estructura.
Crónica de Eddie Morales Piña, crítico literario. Imagen referencial desde Cine y Literatura
A varios años de su muerte corporal (1957), la figura de la poeta Gabriela Mistral se agiganta cada día más. Desde hace bastante tiempo se han rescatado diversos textos que nos la han ido revelando como lo que realmente fue: una mujer poeta con un espíritu apasionado en todo orden. En un libro publicado en 2002 bajo el título de “Bendita mi lengua sea” del poeta Jaime Quezada –mistraliano-, Gabriela manifiesta en una escritura temprana que: “Soy humana, humanísima; un ser absolutamente afectivo: vivo de los afectos como del aire y la luz”. La mejor manera de detectar este rasgo que ella recalca de su personalidad son precisamente los textos que escribió -aparte de su poesía lírica- y denominó -con esa rara virtud de un lenguaje con que sólo ella podía hacerlo– “articulejos”. Pero también la poeta se nos descubre -o descorre el velo donosianamente– en una categoría textual tan pródiga en la historia de la literatura, como lo son las epístolas -o en un modo más habitual- las cartas. Los epistolarios son una extraordinaria fuente -al final, documental- para desentrañar el sentido de la obra de un artista, sea este del ámbito de la literatura o cualquiera de las otras manifestaciones estéticas. Siempre recuerdo una lectura que hice hace varios años atrás de las cartas de Franz Kafka a su amada Felice Bauer, que me permitieron visualizar mejor el alma de tan atormentado creador. Kafka -probablemente- nunca sospechó que sus misivas a Felice se harían públicas. La lectura reposada de las cartas de Gabriela Mistral a Doris Dana nos abre una nueva ventana en la aprehensión de la persona de la poeta: una mujer “humanísima”, con “coraje, talento, rebeldía y transgresión”, como se deja constancia en el prólogo a la obra.
Las cartas desde el punto de vista de su constitución textual tienen una estructura que desde la retórica clásica se han mantenido inalterables. El ars dictaminis de la Antigüedad clásica enseñaba la escritura de este tipo de texto. En realidad, hoy casi nadie escribe cartas al modo clásico, pues estas han sido reemplazadas por las formas tecnológicas de comunicarse en la llamada sociedad del conocimiento. El vocativo inicial, el cuerpo y el saludo final de la carta son como los elementos pivotes de esta escritura que se convirtió en un “género de al lado” -es decir, una escritura referencial. Gabriela Mistral en las cartas a Doris Dana tiene en mente esta estructura. De más está recalcar que una carta tiene un lector o lectora identificado del corpus de aquella; es, por tanto, una interacción entre quien escribe y quien recibe y lee, y luego responde. Gabriela a lo largo de estas epístolas se queja en más de una ocasión de los silencios de Doris y la apercibe a que conteste, a que le escriba aunque sean pocas líneas, pero que le escriba, porque el silencio es muy decisorio y amargo. Los vocativos en las cartas de Gabriela a Doris -que se despliegan entre 1948 y 1956- van evidenciando los estados anímicos de la enunciante. Este rasgo escriturario es muy significativo, porque como sea el vocativo será el tenor del enunciado. Lo mismo acontece con la despedida de la epístola. Desde el Cara señorita de la primera carta donde le dice “su bella carta cordial me ha conmovido”, pasando por un enunciado inicial apasionado y revelador en una carta de 12 de abril de 1949 (“Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma entera de tu pobrecilla”), o un tratamiento en diminutivo afectuoso del apellido de la receptora “Doris Danita”, hasta los secos y rotundos “Doris Dana” o “Gringa Dana” -las cartas nos van poniendo a la luz el alma enamorada de Gabriela que pasa por distintas instancias de su relación amorosa con la destinataria que pareciera -en más de una oportunidad- alejarse con el silencio que atormenta a la poeta.
Efectivamente, el epistolario de Gabriela a Doris Dana, es un corpus textual que gira en torno a la pasión de la poeta por quien fue su secretaria. En sentido estricto, las cartas dan cuenta de un amor de pareja y, en consecuencia, de una pasión oculta. A veces, las cartas adoptan la perspectiva masculina para el enunciado. Gabriela teme en varias oportunidades que lean sus cartas personas ajenas o cercanas a ella. En este sentido, la figura de Palma Guillén entra en una relación de sospecha. Gabriela en el transcurso del epistolario -que probablemente, al igual que Kafka, jamás imaginó que leeríamos sus alegrías y tormentos- focaliza su interés en asuntos cotidianos, pero siempre en su relación con Doris Dana. Un tópico habitual son las finanzas o la preocupación por las casas donde han de vivir en cualquier lugar que no sea Nueva York, ciudad a la que detesta, pero que sí ama Doris -y paradojalmente, Gabriela morirá en la gran urbe norteamericana. Además, desde temprano, la poeta va expresando a su amada de las dolencias que la están afectando, se considera vieja respecto a la joven Dana y más de una vez se siente celosa y traicionada por la “americana” como la califica, mientras ella se autodenomina como una “indita” nacida en el Valle de Elqui (1889). Las cartas la visibilizan como una mujer decidida en su quehacer público o como diplomática. Cuando se refiere a políticos de la época es muy directa en sus juicios -Ibáñez y González Videla-, pero también lo es con Hernán Díaz Arrieta, más conocido por su seudónimo de Alone: “Tiene toda la soberbia chilena más la de los jueces literarios (críticos)”. Y, sin duda, no está ajeno la labor creativa, pues en el epistolario se nos va desplegando la escritura del libro “Poema de Chile”, publicado póstumamente por Doris Dana (1967).
Como lo dijimos al principio, el género referencial de las cartas es una extraordinaria forma textual para adentrarnos en una personalidad. En este caso, las epístolas que Gabriela Mistral dirigió a Doris Dana nos la revelan como lo que realmente fue: “un ser absolutamente afectivo” que se trasuntó en la relación amorosa con la “Doris vagabunda”, y que durante mucho tiempo el tupido velo ocultó: “Cuando tu vuelvas, si es que vuelves, no te vayas enseguida. Yo quiero acabarme contigo y quiero morirme en tus brazos”.
(Gabriela Mistral: Doris, vida mía. Cartas. (Edición y notas de Daniela Schütte González. Prólogo de Alia Trabucco Zerán). Lumen, 2021. 474 págs.)
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