La novela de Arturo Pérez-Reverte titulada “Sidi” (2020) se articula sobre la base de un cronotopo esencial: el destierro. El título está muy bien escogido porque es la denominación con que los árabes llamaron a Ruy Díaz: Sidi, Señor. Luego vendrá el complemento: Campeador
Crónica literaria de Eddie Morales Piña. Imagen referencial libro «Sidi», del autor citado.
Probablemente, la primera vez que supe de la existencia de Rodrigo Díaz de Vivar –más conocido como el Cid Campeador- fue en un libro publicado en Bilbao en 1963. Por aquel entonces tenía diez años y la obra era un regalo de quien me incentivó la lectura. Se trataba de una adaptación del cantar de gesta español realizada por José Ardanuy. El libro está junto a mí mientras escribo esta crónica. Es de tapas duras con ilustraciones de diversos episodios de la presencia del Cid recreadas por la gesta. Más adelante, cuando cursaba la enseñanza media, el personaje de Ruy Díaz se volvió a cruzar en mi camino como lector por cuanto aparecía en las antologías de literatura que se utilizaban en aquellos años. De este modo, el Cid –Sidi– se internalizó en mi condición lectora.
Cuando ingresé a la universidad a estudiar Pedagogía en Castellano en la Universidad de Chile en Valparaíso en el noble edificio de Playa Ancha, Rodrigo Díaz de Vivar volvió a entrar en escena, pues formaba parte –y hasta el tiempo que enseñé en literatura de los siglos medios era imprescindible- de una de las cátedras del currículo. Estaba el Poema o Cantar de Mío Cid en la denominada literatura románica como un ejemplar de los cantares de gesta hispánicos y se hacía el contraste con otros señeros textos como el Cantar de Rolando o el Cantar de los Nibelungos. En la universidad conocí el texto y su contexto mediante la lectura de estudios críticos abundantes que se encontraban en unos libros antológicos que habían sido recopilados por el profesor Antonio Doddis. El Doddis –como le decíamos- eran volúmenes imperdibles. Sin embargo, la principal persona que nos adentró en el estudio del cantar cidiano fue Ramón Menéndez Pidal, el gran filólogo hispánico. En la universidad había tres tomos sobre el Poema del Cid: uno que contenía el cantar, otro sobre el léxico y un tercero sobre materias gramaticales. Aparte había otros textos fundamentales suyos para acceder al poema. Del mismo modo, comenzaron a aparecer como lecturas obligatorias otros estudiosos cidianos, entre ellos Joaquín Casalduero, Edmundo de Chasca, Francisco López Estrada, Rafael Lapesa, Martín de Riquer.
En la universidad fue donde conocí las diversas ediciones críticas o versiones del Poema o Cantar de Mío Cid, como las de Pedro Salinas o Alfonso Reyes. Pero el pope en este sentido era Menéndez Pidal. Por él supimos que en la elaboración del cantar –que era un poema de la tradición oral en torno a la figura de un personaje histórico de la época en que la Península ibérica estaba en parte en poder de los musulmanes- habían confluido dos juglares: el de Medinacelli y el de San Esteban de Gormaz. El erudito Don Ramón daba las razones filológicas para determinar aquella doble autoría y su composición hacia 1140; la versión escrituraria está atribuida a Per Abad hacia el año 1307 de acuerdo a un colofón en el manuscrito. De acuerdo a la historiografía literaria, es el propio Don Ramón quien dividió en tres cantares el texto: El destierro, Las bodas de las hijas del Cid y La afrenta de Corpes.
El personaje de Rodrigo Díaz de Vivar es histórico. Había nacido en Burgos hacia el año 1030 y era descendiente de Laín Calvo, uno de los dos jueces de Castilla del siglo X. Ruy Díaz era un infanzón –una clase nobiliaria inferior- y combatió a las órdenes de Sancho II, y más tarde, de Alfonso VI. Estos eran hermanos junto a doña Urraca. El poema omite los pormenores de lo que acontece a partir del destierro del Cid por orden de este último. Lo anterior lo sabemos por las Crónicas de los XX Reyes de Castilla. El poema parte, efectivamente, con la partida de Ruy Díaz hacia el destierro, por eso que cuando redacto esta crónica recuerdo un ensayo de Casalduero: “El Cid echado de tierra”. Este texto es como la apoteosis del personaje quien se nos muestra como un homo imitabilis dechado de virtudes: “De los sos ojos/ tan fuertemientre llorando,/ tornaba la cabeca/ y estavalos catando (…) Fabló Mío Cid/ bien e tan mesurado:/ grado a ti, señor Padre, / que estas en lo alto!/ Esto me han vuelto/ míos enemigos malos”.
Precisamente, la novela de Arturo Pérez-Reverte titulada “Sidi” (2020) se articula sobre la base de un cronotopo esencial: el destierro. El título está muy bien escogido porque es la denominación con que los árabes llamaron a Ruy Díaz: Sidi, Señor. Luego vendrá el complemento: Campeador. El Señor batallador. Se trata de un texto que podemos insertarlo dentro de la categoría de las novelas históricas. Se parte de la base de un motivo o tema de este carácter para luego ficcionalizarlo mediante las modalidades del elemento añadido, como dice Vargas Llosa. En otras palabras, estamos en presencia de una particular versión de la imagen cidiana del escritor español –quien ya ha incursionado antes en la ficcionalización de la Historia. Ruy Díaz, Rodrigo Díaz de Vivar, Sidi, el Cid campeador ha sido una de las figuras atrayentes al momento de ponerla como eje de un relato o de otra manifestación creativa. En cierto sentido esto ocurrió desde el tiempo histórico en el que le cupo actuar. Hay todo un corpus literario paralelo al cantar, esto es, el romancero que lo tiene como protagonista. En este se encuentra el famoso y determinante episodio de la Jura de Santa Gadea que le toma a Alfonso VI, Ruy Díaz para convertirse luego en su vasallo leal. Si damos un salto temporal, nuestro poeta chileno Vicente Huidobro, tiene entre sus novelas la imprescindible “Mío Cid Campeador. Hazaña” escrita bajo los parámetros de su imaginario creacionista. En el siglo XVII el dramaturgo francés Pierre Corneille da a conocer “Le Cid” (1636). Mientras que en el siglo XX, el cineasta Anthony Mann filma el drama bélico “El Cid” (1961) con Charlton Heston como Rodrigo y Sofía Loren como Doña Jimena, su esposa.
La obra de Pérez-Reverte tiene el subtítulo de “un relato de fronteras” porque narrativiza las acciones de Sidi y su hueste –donde aparecen nombres conocidos por el Cantar- mientras en la Península hay reinos moros y cristianos, y de qué manera unos y otros se ponen al servicio del mejor postor. Ruy Díaz no peleará contra quienes lo hagan hacia su señor natural, Alfonso VI. Sí lo hará para enfrentar a moros y cristianos que batallan a favor de unos de los reyes moros que tiene entre los suyos Berenguer Ramón, un personaje conocido del cantar de gesta. La imagen que nos entrega la ficcionalización de Sidi el novelista español contemporáneo es, sin duda, desacralizadora. Ruy Díaz es el señor de la guerra que no duda en pasar por la espada a quienes lo traicionan o son sus enemigos, o a quienes han sido vencidos en el campo de batalla. La novela es un relato que bien puede ser extrapolado a cualquier circunstancia parecida donde hay una conflagración. El degollamiento de los enemigos o la decapitación–sean moros o cristianos- al parecer era una práctica habitual para mostrar las cabezas como trofeos de guerra y ahuyentar al contrario. En el cantar de gesta se dice que con sus espadas los guerreros cristianos partían en dos a sus enemigos, en la novela, no nos quedamos corto en cuanto a las batallas cruentas donde la sangre corre a raudales y las aves de rapiña se enseñorean después del combate.
Para quien conozca el Cantar o Poema de Mío Cid habrá momentos que le recuerden episodios, personajes y actantes – se nos aparecen las espadas o Babieca y el nombre de doña Jimena y las hijas vienen de vez en cuando al recuerdo del personajes protagonista. Si en el poema hay una multiplicidad de batallas y escaramuzas, en la novela el lector/a no quedará defraudado. Cuando leía el texto, me parecía, además, un especie de relato del western norteamericano –no de aquel idealizado, sino de aquel otro que también mostraba la violencia de un relato de fronteras. Tal vez a más de algún lector/a, le pueda cansar tanta sucesión de batallas con personajes como los del “spaguetti western” que contrastan con la elegancia y finura del rey moro Mutamán.
En definitiva, la novela de Pérez-Reverte se inserta en la larga lista de obras literarias y de otras manifestaciones artísticas que han caído seducidas por la entrañable figura de Sidi, el señor de la guerra.
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