“¿Dónde está el Estado?”, se empezó a oír en la esfera digital-ciudadana y en la política. Se invocó al keynesianismo, incluso, desde rincones donde el capitalismo ha sido letra sagrada con la pluma de Friedman. Porque ocurrió algo que sucede solo en las catástrofes: el riesgo y el peligro es igual para todos.
Francisco Riquelme López. Periodista.
La Constitución de 1980 y sus reformas posteriores, junto a las políticas neoliberales de los últimos 40 años, instalaron un modelo político, social y económico que le otorga un rol subsidiario al Estado.
Si bien nuestra actual Constitución no dice esto textualmente, Claudia Heiss sostiene que esa “es la concepción que se esconde tras sus disposiciones”. La subsidiaridad limita el papel del Estado y su intervención. Por ejemplo, económicamente, solo estará justificada cuando los privados “no pueden o no estén interesados en satisfacer una necesidad”.
Culturalmente también tuvo éxito el discurso anti estado. Se convirtió en un lugar común relacionar los peores calificativos a “lo público a aquello estatal”, por su efectividad, eficiencia y productividad. Mientras que en el pasado el funcionario público era sinónimo de reputación, ese rol lo ganó quien hoy accede a una organización trasnacional.
El neoliberalismo chileno superó límites que en otros países liberales en lo económico han respetado. Porque si el campo de los derechos sociales – educación, salud y previsión social, por ejemplo – opera bajo lógicas neoliberales, inevitablemente se genera una desigualdad y segregación, dado que se condiciona un acceso de calidad a la capacidad económica de las personas.
Con la pandemia del Covid 19 resurgió con mayor fuerza y transversalidad la discusión sobre el rol del Estado, en este caso, en la salud, la economía y en el trabajo. Esto no se reactivó a partir de una discusión política, tampoco constitucional, pese a su vigencia. Esto fue del lógico y válido ejercicio del sentido común, de comparar las herramientas (políticas públicas) que tienen los distintos países (como Estado Nación) en enfrentar la crisis sanitaria del Coronavirus.
El poder de acción del gobierno chileno en materia sanitaria empezó a chocar con una pared. Observamos las indecisiones en materia de disponibilidad y coste de los test de identificación del virus, el cierre de centro comerciales y en la regulación de precios de productos de primera necesidad para esta coyuntura. Mientras en otros países daban anuncios y tomaban determinaciones que a ojos de la ciudadanía eran categóricas, en nuestro país vimos de forma clara el performance neoliberal: el mercado no se toca (o poco) y el acceso a bienes y servicios dependerá de tu capacidad de pago.
“¿Dónde está el Estado?”, se empezó a oír en la esfera digital-ciudadana y en la política. Se invocó al keynesianismo, incluso, desde rincones donde el capitalismo ha sido letra sagrada con la pluma de Friedman. Porque ocurrió algo que sucede solo en las catástrofes: el riesgo y el peligro es igual para todos.
El presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), Juan Sutil, también se acordó del Estado. En entrevista en radio ADN, sostuvo que “es fundamental que el Estado siga recibiendo los recursos que corresponde para que los pueda distribuir donde hace falta”. Incluso la UDI habló de temas tabúes para el gremialismo. Uno de sus diputados, Sergio Gahona, sostuvo en un medio digital que “es importante que eventualmente se establezca un congelamiento de los precios de los productos de primera necesidad para poder enfrentar esta crisis. Es una medida que se debe tomar en los próximos días con el propósito de evitar la acción de algunos inescrupulosos”.
Pero el llamado del retorno del Estado no respondió solamente a una necesidad social, sino también a una corporativa. Esto lo inició Roberto Alvo, CEO de LATAM, cuando pidió ayuda al gobierno “para salir adelante”. El domingo 29 de marzo, a plana completa en un diario de circulación nacional, Rolf Lüders, ex ministro de Hacienda y Economía de la dictadura, sostuvo que es partidario que el Estado rescate a empresas, tal como ocurrió en la crisis de 1982.
¿Qué tipo de Estado queremos en el futuro? ¿Subsidiario, social, de bienestar? No hay recetas únicas, por cierto, pero existe un consenso mayoritario que un Estado totalmente ausente o uno excesivamente presente no garantiza ni riqueza y prosperidad. El proceso constituyente nos otorgará la oportunidad de discutir esto de mejor forma, con una experiencia muy reciente en el campo de la salud, la economía y el trabajo.
Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de quien las emite. Y no necesariamente, va de la mano con la línea editorial de Espacio Regional.
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