Estamos frente a un relato que puede ser adscrito o catalogado dentro de los ámbitos de la denominada literatura infantil y juvenil. Estas categorías son cuestionables, pues la literatura siempre será lo que es: una forma de ingresar a un mundo imaginario. La condensación del autor Otárola Marulanda es muy interesante no sólo para el lector a quien va dirigida -a partir de los ocho años- sino para cualquiera que desee adentrarse en el espíritu cervantino y en el quijotesco/sanchezco.
Crónica e imagen por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
No cabe la menor duda de que la obra magna de Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616) es un clásico imprescindible de la literatura universal. Me refiero a lo que habitualmente denominados El Quijote, es decir, la parte por el todo. Se trata de la narración del ilustre manchego don Alonso Quijano transformado en otra personalidad producto de las lecturas suyas acerca de las novelas de caballería, un género literario que había sido muy popular desde los tiempos medievales, entre las que se incluyen Amadís de Gaula o Tirant le Blanc. La novela cervantina se publicó en 1605 con el título de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y, posteriormente tuvo una segunda parte que Cervantes escribió como contra versión de una novela denominada el Quijote apócrifo y que vio la luz en 1615 con el título de El ingenioso caballero Don Quijote la Mancha. Sobre el relato del escritor español se han hecho múltiples interpretaciones a lo largo de su historia en sesudos estudios y ha sido adaptado a otras formas artísticas, como el cine, por ejemplo. En sentido estricto, el Quijote cervantino es un clásico, una obra literaria que puede ser leída cuantas veces se quiera y siempre va a provocar probablemente la misma sensación que pudo haber tenido el lector histórico, aquel que lo conoció al momento de su emergencia literaria. El Quijote apócrifo fue el que gatilló la escritura de la segunda parte de Cervantes provocando con ello lo que se conoce hoy como la intertextualidad, que no es otra cosa que el diálogo intertextual. Cervantes dialoga con su primer Quijote y con el avellanado -el apócrifo- cuando se lanza a la escritura del ingenioso caballero.
Durante mis años de profesor universitario enseñé la obra cervantina quijotesca en sus múltiples sentidos interpretativos. Cuando llegué a la universidad como estudiante ya el Quijote estaba internalizado en mi ser y experiencia lectora, pues lo había conocido en diversas adaptaciones. Es en los estudios superiores donde entro a la novela total de Cervantes y otras novelas de caballería con las que el escritor dialoga, entre ellas las que cité más arriba. El fenómeno de las adaptaciones literarias es muy interesante, por cuanto permite acceder a las obras de distintos autores sobre la base de una escritura que no siendo la del creador primario logra capturar su espíritu y entregar lo esencial de la historia ficcional. Indudablemente que una adaptación que cumpla con este requisito esencial está destinada a incentivar la lectura de la obra original. Adaptar una novela como la de Cervantes -compleja y multiforme, como novela moderna- es sin dudarlo una verdadera proeza. Entre las obras adaptativas que conocí está la del escritor argentino Germán Berdiales (1896-1975), publicada en 1952. La denomina condensación y argumenta en un breve preámbulo que ha hecho cortes, remiendos y zurcidos sobre el texto original. En ella se reproducen las clásicas ilustraciones de Gustave Doré (1832-1883).
Aparte de las adaptaciones, un texto como la novela total de Cervantes puede provocar una motivación escrituraria que condensa en extremo las voluminosas dos partes cervantinas. Es lo que ocurre con la obra Mi primer Quijote de Eduardo Otárola Marulanda, un escritor colombiano nacido en 1981. Estamos frente a un relato que puede ser adscrito o catalogado dentro de los ámbitos de la denominada literatura infantil y juvenil. Estas categorías son cuestionables, pues la literatura siempre será lo que es: una forma de ingresar a un mundo imaginario. La condensación del autor Otárola Marulanda es muy interesante no sólo para el lector a quien va dirigida -a partir de los ocho años- sino para cualquiera que desee adentrarse en el espíritu cervantino y en el quijotesco/sanchezco. Condensar en ciento seis páginas las dos partes de don Miguel de Cervantes y Saavedra es una verdadera proeza.
La historia está focalizada en la profe Milagros y un grupo de estudiantes de una escuela donde llega a enseñar español. La sorpresa para los niños y las niñas está en que la maestra trae en sus brazos un voluminoso libro que no es otro que el Quijote, un regalo que le dejó su abuelo. A partir de la lectura de sus páginas irá entusiasmando a sus oyentes, quienes poco a poco querrán saber más de las aventuras y requiebros del ingenioso hidalgo y su escudero, entrando en un diálogo con el texto que los llevará a la escritura de mi primer Quijote. En otras palabras, a transformar en un juego -lo lúdico y lo carnavalesco- lo que han percibido a medida que conocen la historia de don Quijote y Sancho: “Acá se les van a aparecer unos personajes que nunca existieron, pero que son eternos. Les pido que cierren los ojos un momento y le pongan el candado a las dudas, porque con los libros la cosa es creyendo”. En definitiva, la condensación escrituraria del escritor colombiano es una interesante propuesta, que le permitirá entrar al novel lector en el espacio maravilloso y sorprendente de un hidalgo empobrecido que puso en acto lo que sus lecturas le incentivaron. El texto se complementa con ilustraciones ad hoc al espíritu del libro.
(Eduardo Otárola Marulanda. Mi primer Quijote. Santiago: Editorial Planeta Chilena. 2024. 106 pág. Ilustraciones de Paola Acevedo).
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