Habiéndole seguido la huella escrituraria a la poeta Leonora Lombardi, nacida en Viña del Mar, en varios de sus poemarios, nos enfrentamos a este que lleva por título Madreselva (2021), donde reafirma su condición de quien se enfrenta al mundo exterior e interior y logra canalizarlo mediante las estructuras versales que conforman el texto como un entramado que se bifurca en distintas direcciones en temples de ánimo diversos.

La portada de este libro de Lombardi llama la atención porque es de un color verde intenso. Siempre los aspectos del continente de una obra literaria tienen correspondencia con su contenido. La portada es un paratexto significativo, pues da al lector algunas claves para desentrañar el sentido interior. El verde simbólicamente corresponde de manera cromática a la naturaleza y, en cuanto tal, tiene un valor curativo o sanador de las experiencias humanas, es decir, de la existencia. Por otra parte, posee una connotación pacificadora, de quietud del espíritu y, en consecuencia, de la armonía entre el ser y su interior, y de este con su entorno. El verde, por tanto, es un color vitalista que se conecta con la virtud de la esperanza. Siempre convoca a la vida plena. De esta descripción de las significaciones cromáticas del color de la portada podemos comprender como lectores la textura escrituraria de Lombardi. Sobre este fondo está la palabra madreselva que le da título a la obra. Esta planta tiene distintas variedades o especies, de dulce fragancia y flores campanulas. De acuerdo con la tradición china tiene un valor medicinal. También se describe que algunas son escaladoras, en otras palabras, son como enredaderas. De esta afirmación podemos deducir que el hablante lírico ha escogido el nombre de esta planta para el poemario por razones conque vamos describiendo el sentido de la portada. Tiene un carácter medicinal y alguna de su especie se entreteje. El texto de Leonora Lombardi apunta en ambos senderos: una escritura donde el espíritu del hablante tiende a la sanación interior y otra donde la escritura es un entramado. En otras palabras, los segmentos que componen la obra se entrecruzan logrando una plenitud escritural.

Efectivamente, el libro de Leonora Lombardi está programada sobre la base de tres pivotes de escritura poética. A pesar de que el lector los puede sentir como espacios diferentes, un proceso de lectura atento permitirá descubrir los vasos comunicantes que existen entre los tres momentos. La triada funciona como un entrelazado lírico del temple de ánimo del hablante donde el verde -aunque no se le mencione explícitamente- es como una especie de leit motiv, es decir, una constante casi musical, como aquellos movimientos de una sonata. La imagen musical nos permite decir que en el poemario de Leonora Lombardi hay tres movimientos con un motivo recurrente que nos hace recordar el sentido primario de la composición. Estamos frente a una obra poético-lírica donde el sujeto hablante -en este caso es una sujeta, pero el ordenador me lo corrige irremediablemente- realiza un proceso de sanación espiritual, sin ninguna referencia a una forma de espiritualidad específica. Simplemente, la escritura es la revelación de su ser interior como una forma de liberación interior para alcanzar la paz en el recogimiento del ser mediante la memoria que se reactiva, el recuerdo, la añoranza que se le muestra en el entorno natural.

En el primer movimiento, Lombardi vuelve a tematizar aspectos de su escritura que están en otros poemarios. Lo denomina Paisaje: En el bosque que llueve. Este segmento nos introduce en una relación con la naturaleza. El sustantivo paisaje inmediatamente nos entronca a una matriz natural, a la mater terrae, a la perseverancia de lo verde. Estamos en un movimiento donde la ecopoesía sirve al hablante como un recorrido sanador donde la vista suya es privilegiada para detectar en lo más minúsculo del ser natural un aspecto relevante y significativo para su existencia. El hablante entra en una conexión íntima y sublimadora con la naturaleza: No se olvida el fruto del cuesco/ ni el cuesco de la flor/ ni la flor de la rama/ ni la rama del tronco/ ni el tronco de la raíz/ ni la raíz de la tierra/ ni la tierra del agua/ ni el agua de la nube/ ni la nube de la humedad/ ni la humedad del calor/ ni el calor del fruto/ no se olvida el fruto del cuesco (Memoria vegetal).

El segundo movimiento de la sinfonía poética se titula Autoficción: Temple vegetal. Se trata efectivamente de una secuencia lírica donde la autorreferencia es una marca indeleble. Aquí las vivencias íntimas están trasmutadas en quien es el sujeto de la enunciación lírica. Esta es una disquisición teórica. Detrás del enunciado hay una persona, la poeta, que se convierte en un ente lingüístico. El término autoficción lo dice todo. Pareciera ser que Lombardi quisiera ficcionalizar, crear una realidad otra a través del sujeto que se expresa mediante el lenguaje lírico. En este movimiento hay poemas notables que son netamente existenciales -momentos límites del ser como la muerte que se convierte en otro leit motiv al interior de la obra. La muerte que arrebata al ser querido: Algún día/ amado mío/ nos encontraremos/ en ese íntimo jardín/ y no cesaremos/ en nuestra gozosa/ y cómplice conversa (Jardín íntimo). O la muerte que se instala entre quienes están aún en este mundo -como efectivamente lo es-, tal como está tematizado en el excepcional poema La hora: Me acerco a mi madre vieja/ y casi rozo a la muerte La muerte que también se lleva a una mascota querida, la Colombina. La naturaleza, el paisaje, pareciera haberse ausentado, pero está omnipresente. El hablante adquiere visos de interpretación del mundo que la rodea como deshumanizado -y no yerra- y el temple de ánimo se hace casi desfalleciente en la observación de la realidad aprehendida: ¿Dónde estás? / ¿Por qué dejas que ella te cierre la boca…/ te ahogue las ideas / te paralice la mano?

El tercer movimiento de la triada poética lleva por título Poéticas: No es locura de bohemia. Sin duda que el sujeto hablante sabe lo que significa con propiedad el término Poética desde que Homero lo dejó instituido como la forma en que se concibe el arte poético, la creación, la poiesis de la que se discute en un diálogo platónico. La poética de Leonora Lombardi tiene un sustrato en la ecopoesía, pero pareciera ser más bien una concepción existencialista y con un sentido agónico de la percepción de la realidad y del ser interior. El movimiento es como un descargo (…se equivocan los metapoetas/ cuando leen estos versos/ sólo como naturaleza/…) donde la observación del espacio encuentra una condición esencial del ser poético y dentro de este entorno lo natural es el leit motiv, como el adagietto de la Quinta Sinfonía de Mahler.

En definitiva, esta obra de Leonora Lombardi no dejará indiferente al lector, pues se trata de un poemario donde la autora acrecienta su quehacer -el famoso mester medieval- creativo.

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