Leer poesía significa simplemente dejarse llevar por unas formas escriturarias que pueden parecer extrañas, pero que conllevan a una nueva percepción de lo expuesto a través de las imágenes, el ritmo, la melodía o la configuración lingüística más allá de lo común. Esta es la clave de lectura para el poemario de Claudia Vila Molina.
Texto e imagen, por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
El título de este poemario de Claudia Vila Molina (Viña del Mar, 1969) es casi sorprendente para las expectativas lectoras. Podría uno pensar que se trata de un texto narrativo que se desplaza retóricamente por los senderos de la escritura fantástica. En la portada no hay nada que implique que estamos ante un texto cuya forma genérica es la lírica. Es un texto poético el de la autora, aunque toda creación literaria lo es, independientemente de que esté plasmado en verso, en estrofas, o en lo denominado prosa poética, o en las otras formas genéricas. Se denomina poiesis de acuerdo con el filósofo griego, discípulo de Sócrates.
La poiesis -creación en roman paladino– cuando está puesta versalmente es una especial aprehensión de la realidad. En ella el lenguaje ocupa un lugar primordial. La poesía versal es una forma donde la lengua comienza a bifurcarse por otros senderos distintos a los del habla cotidiana -sin duda que la poesía también puede mantenerse en esos ámbitos de lo coloquial como lo parriano-. La poesía lírica, en consecuencia, es una apropiación estética de la realidad donde el lenguaje es puesto en acto sorprendente. Las figuras retóricas contribuyen a aquello para descentrar el lenguaje. La metáfora, por ejemplo, es una forma discursiva que contribuye a que el lenguaje adquiera connotaciones inusitadas. Leer poesía significa simplemente dejarse llevar por unas formas escriturarias que pueden parecer extrañas, pero que conllevan a una nueva percepción de lo expuesto a través de las imágenes, el ritmo, la melodía o la configuración lingüística más allá de lo común. Esta es la clave de lectura para el poemario de Claudia Vila Molina.
El verbo extraviar tiene una significación muy simple, pues denota una situación donde algo o alguien se pierde. Esta forma verbal, a su vez, indica haber olvidado el sendero, la ubicación, la brújula que nos lleva al sentido verdadero de la ruta desde la que nos hemos descentrados. Extraviar, por tanto, es una forma de estar en un espacio y tiempo que puede transformarse en una experiencia ominosa. Estar extraviado de por sí lleva esta carga semántica que podría conducir a quien la vive a la desesperación y a la muerte. El texto de Vila Molina tiene estos sentidos inmanentes al verbo. No sé por qué, pero la lectura de este texto me ha recordado un filme de Alejandro Amenábar de 2001 donde está esa presencia ominosa de los extraviados, de los otros, que están más allá de las fronteras de la realidad contingente. En consecuencia, creo no estar equivocado al decir que es un poemario que se encuentra en los márgenes de lo fantástico, de la otra realidad, de los múltiples senderos de los jardines que se bifurcan -un guiño a la escritura borgeana.
La portada del poemario como un paratexto está focalizada en una imagen central que -si no me equivoco- corresponde a las torres de la catedral metropolitana de Santiago de Chile, pero que para los efectos del sentido del libro debemos fijar la mirada en las palomas -sin duda, que son estas aves las que se posicionan de torres y campanarios- que revolotean. Metafóricamente, son los extraviados. El tono sepia, unas flores mustias y secas, una escritura de parte de un libro y los bordes de una taza de café parecen ilustrarnos que nos adentraremos en un tiempo ido donde sólo quedan los recuerdos de aquellos que perdieron la brújula de su existencia por diversos motivos que el poemario va tematizando.
La escritura poético-lírica de Claudia Vila Molina se despliega sobre la base de las estructuras tópicas de la modernidad. Podríamos decir que es una forma superrealista de aprehensión de la realidad, o surrealista, que no es lo mismo. Sin embargo, sea cual sea el camino o los senderos por los que se desplaza el hablante, estamos en presencia de una voz poética, un sujeto lírico que mediante la memoria nos convoca y nos lleva como lectores/as a otros espacios y tiempos donde se interpela, se llama, se evoca, se dialoga con los extraviados, los ausentes, los otros. El tema de la otredad en diversas variantes es un código presente en la escritura de Vila Molina. El texto está programado sobre la base de seis segmentos: Orígenes, Extractos del origen, Altas esferas, Evocaciones I, Evocaciones II y Media luz que es el que contiene más poemas de extraviados. En Evocaciones I, la sujeto lírica -la voz poética de la autora transmutada en una hablante- adopta la escritura de la prosa, mientras que el resto de las instancias escriturarias mantienen la forma versal libre. En todos los momentos el temple de ánimo del hablante es de una tonalidad rememorativa, con trazos de dolor y de ausencia en espacios poéticos líricos que denota el color sepia de la portada. Esta actitud se plasma ya sea como enunciativa, apostrófica o carmínica como lo dejó atestiguado el antiguo libro de W. Kayser.
El epígrafe al comienzo del poemario nos da una pista del proceso de lectura: “Espíritus se cuelgan de mi memoria/ poseen pupilas/ pero nunca me observan”. Efectivamente, se trata de los otros, los que están tras un umbral diferente: “Oigo el viento/ como una bailarina sobre las casas/ los árboles prometen elevar sus duraznos/ y una brisa de otoño rodea los espejos// La ciudad duerme atormentada por la duda/ una especie de sopor se adivina en el ambiente/ mientras esto sucede/ los ángeles buscan a los niños extraviados/ y una ausencia recorre las calles” (Ciudades fantasmas). El tema del espejo está en más de un poema. El espejo, sin duda, es caro a la literatura fantástica y siempre denota la otra realidad, como en Ausencias: “El entra/ mira en ese espejo/ sigue volando”. Mi lectura me corrobora que la autora Claudia Vila Molina ha tematizado desde una perspectiva lírica la presencia/ausencia de seres otros (“Se esconden/ Sueño con ellos”, Espías) que tal como indica el dístico a veces se hacen presente a través de las imágenes oníricas. Es un mundo otro con el que el hablante se conecta mediante la escritura. Los extraviados provienen de diversas instancias, son los ausentes: “Dentro de mí/ un barco emprende la huida/ nos conectamos con los desaparecidos/ somos un cuerpo que se mueve voluptuosamente/ y el tiempo nos cuenta una leyenda”.
En definitiva, la obra de Claudia Vila Molina, Los extraviados, es un texto que no dejará de sorprender al lector/a que encontrará en sus páginas a una solvente voz poético-lírica en el espectro de la literatura chilena reciente, que afronta airosamente el tema de los otros, los extraviados, los ausentes.
(Claudia Vila Molina. Los extraviados. Talca: Espacio Sol Ediciones. Colección Alauda. Impreso en Santiago de Chile. 2023. 128 pág.)
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