Las obras de Rosa Margarita Vega, David Astete Rivas y María Teresa Martínez publicadas por Ediciones Caronte que dirige el poeta Juan Eduardo Díaz, son una muestra significativa de la producción poética del litoral central de este país con linda vista al mar. Tres escrituras diversas que enriquecen el litoral poético.
Crónica e imágenes, por Eddie Morales Piña, crítico literario.
Para quienes somos de tierra adentro situados en un valle que los antiguos habitantes llamaban Acuyo, el litoral de la poesía es una red de creadores que habitaron -y viven metafóricamente- en el borde de la costa del mar Pacífico, cuyos íconos son Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Adolfo Couve -este último más bien narrador, pero cuya prosa alcanza ribetes poéticos, entendiendo que todo es poiesis, creación, poesía, siguiendo las enseñanzas del maestro Platón-. Quien escribe, vive cerca a esta ruta de los poetas, precisamente en el Valle de Acuyo convertido en la voz poética de Alejandro Galaz Jiménez (1905- 1938) en “un barco velero / que una recia tormenta arrojó en la llanura// Hay en todas las cosas un dolor marinero/ y en las almas labriegas una sed de aventuras”. Indudablemente que el poeta Galaz -muerto de forma prematura- forma parte de este litoral. Pero el litoral de manera paulatina ha ido poblándose con nuevos creadores poéticos, entre los que se haya Juan Eduardo Díaz, quien aparte de ser un poeta es, además, un editor de libros fundamentalmente de poesía -ahora uso el término desde la clásica división de los géneros literarios- con Ediciones Caronte. Recientemente, hemos leído tres libros de poesía emanados de este editorial que tanto bien le hace al quehacer poético regional y nacional. Me refiero a “Hombre en el tiempo” de Rosa Margarita Vega (1947), “Urbandad” de David Astete Rivas (1970) y “Habito laberintos” de María Teresa Martínez (1993). Son tres libros de percepciones poéticas diversas y distintas, pero que apuntan a un mismo devenir para explicitarnos lo que es la apropiación estética de la realidad mediante sus propias modulaciones escriturarias.
La obra de Rosa Margarita Vega es un texto que se nos presenta con una portada donde se visualiza el mar al atardecer con una mujer que observa la caída del sol. El poemario tiene el título de uno de los poemas divido en segmentos. La primera parte de la obra se desenvuelve sobre la base del motivo del amor en distintas fases de la experiencia del hablante poético. El libro se abre sobre la base de un poema de Leopoldo Lugones que puede ser leído como una clave de lectura de los poemas que vienen a continuación. Todos se refieren a la tematización de lo amoroso y la autora lo consigue. Da la impresión de que estamos frente a clásicos de la poesía hispanoamericana como Amado Nervo. El hablante percibe el amor como algo ido y que la deja sobrecogida en la añoranza de un tiempo pasado, pero lleno de una plenitud, en este caso fundamentalmente amorosa. La imagen de la portada, por tanto, está en consonancia con un dejo de un bien perdido, pero rescatado mediante la memoria y la escritura. La segunda parte de la obra nos remite a diversas formas escriturarias que se inaugura con un poema de Amado Nervo -, ergo, el poeta clásico es un referente para este poemario- donde corazón y razón se entrecruzan en poemas muy bien logrados, como aquel que le dedica a Víctor Jara o a Violeta Parra: “Ni aun estando tras las puertas, / cómplices involuntarias/ de la improvisada prisión, / torturado y mancillado/ ni así silenciaron tu voz”.
David Astete Rivas titula su obra con un neologismo. Urbandad remite a urbanidad, por tanto, a lo que dice relación con la urbe, con la ciudad. Urbs, urbis. La portada en sí misma es decidora como metáfora de la escritura. El hablante lírico, en consecuencia, se sitúa en un espacio y tiempo preciso -el cronotopo-. Estamos frente a una apreciación estética del mundo posmoderno en que nos encontramos insertos. En este sentido, la poesía del autor deviene en una especie de denuncia y revelación de lo que experimentamos en el mundo presente. El hablante es un sujeto que vive, experimenta y demuele aquello que le parece un contrasentido mediante una perspectiva poética que tiene ribetes de escepticismo y de ironía socrática. La poesía de este autor nacido en Villarrica, pero asentado en el litoral central, sin duda de que es una muestra palpable de una expresión poética que no dejará al lector/a indiferente: “Colonizaremos el planeta Marte/ para escondernos de Dios y de la muerte/ nos buscaran en la tierra y no estaremos. // Prometeremos portarnos bien, / nada de banderas o propiedad privada/ y Dios nos buscará en la tierra y no estaremos”.
El texto de María Teresa Martínez es deconstructivo, especialmente en su escritura. Una escritura laberíntica que plasma, a su vez, una aprehensión de la experiencia vital cuyo referente metafórico es la imagen del laberinto. Un locus que posee como significación un encierro que tiene una salida difícil de encontrar, a no ser que se tenga el hilo de Ariadna. La portada de la obra -casi como un contrapunto del primer texto mencionado- nos muestra a una mujer saliendo tras un dintel que tiene una luminosidad esplendorosa. La poesía de la autora es existencialista. Estamos ante un hablante lírico que enfrenta distintas etapas de una intrahistoria que se va revelando –corriendo el tupido velo– como un entramado que busca y desea una salida -la portada, es la clave de lectura-. El título del poemario, en consecuencia, es decidor. El verbo habitar está en presente. Es un tiempo inamovible que se desata en la escritura. El laberinto como espacio que tiene una entrada y que luego se bifurca por diversos senderos, pero que posee una salida que cuesta hallar, no es más que la metáfora de la vida. La obra de María Teresa Martínez es compleja, a veces, críptica, donde la discursividad adopta la perspectiva de la prosa. Nos encontramos, por tanto, en una simbiosis genérica que tiene una connotación poética ineludible: “No importa desde qué ventanas escribas o el idioma que has elegido para gritar. // Estamos todas en la misma dimensión, urdidas por el mismo hilo que no hace sino perseguirnos hasta/ desatar los nudos, hasta mudar las pieles”.
En síntesis, las obras de Rosa Margarita Vega, David Astete Rivas y María Teresa Martínez publicadas por Ediciones Caronte que dirige el poeta Juan Eduardo Díaz, son una muestra significativa de la producción poética del litoral central de este país con linda vista al mar. Tres escrituras diversas que enriquecen el litoral poético.
(Rosa Margarita Vega. Hombre en el tiempo. Ediciones Caronte. 2022. 105 pág.// David Astete Rivas. Urbandad. Ediciones Caronte. 2021. 79 pág.// María Teresa Martínez. Habito laberintos. Ediciones Caronte. 2022. 106 pág.)
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