“Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada”. Esta afirmación de García Márquez es de antología cuando le responde a Vargas Llosa la pregunta de ¿Para qué crees que sirves tú como escritor?, en el diálogo que sostuvieron en 1967 en Lima para hablar acerca de la literatura latinoamericana.
Crónica e imágenes por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
Recientemente hemos leído tres libros que giran en torno a la obra y a la memoria del escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1982 y falleciera en la Ciudad de México el 17 de abril de 2014. Aparte de estos tres textos, estoy leyendo -aunque en realidad es una relectura de la producción escrituraria que precedió a la novela que lo hizo famoso urbi et orbi, esto es, la historia de los Buendía. El libro lo han denominado los editores como Camino a Macondo (2020). Por ahora no me referiré a él sino a la reedición –Deo gratia– de García Márquez: historia de un deicidio de Mario Vargas Llosa, a Gabriel García Márquez/Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina y a Gabo y Mercedes: una despedida de Rodrigo García. “Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada”. Esta afirmación de García Márquez es de antología cuando le responde a Vargas Llosa la pregunta de ¿Para qué crees que sirves tú como escritor?, en el diálogo que sostuvieron en 1967 en Lima para hablar acerca de la literatura latinoamericana.
Resulta sintomático que el primer libro que conocimos de Vargas Llosa como ensayista y crítico literario fue el que le dedicó a Gabriel García Márquez. Efectivamente, siendo un lector que admiraba al autor colombiano desde las lecturas adolescentes, la obra del escritor peruano: García Márquez: historia de un deicidio me la leí con agrado, a pesar de que era una edición de considerable número de páginas. La primera edición de esta obra es de 1971, por tanto, estamos celebrando su cincuentenario. En el tiempo universitario vino una segunda lectura más provechosa donde descubrí la riqueza de esta obra que revisaba la narrativa garcimarquiana desde sus relatos primigenios hasta la novela emblemática del boom que fue Cien años de soledad. Si quisiéramos colocar un rasgo principal de este ensayo, sin duda, que serían todas aquellas conceptualizaciones del discurso teórico vargallosiano que en el devenir de su trabajo como crítico iría profundizando y desarrollando. En su momento se discutió y debatió acerca de la famosa frase suya acerca de “los demonios interiores”; ahora, habiendo transcurrido mucha agua bajo el puente sabemos a qué se refería Vargas Llosa con dicha expresión. El fenómeno de la creación artística está traspasado por estas pulsiones u obsesiones que se plasman en la escritura y en la creación de mundo. Como lo ha determinado la crítica, con el tiempo el escritor peruano reconoció -aunque sólo fuera de pasada- la deuda que tenía con la estética freudiana en esta concepción de la literatura y en su expresión en el mundo narrativo. En este mismo libro descubrimos por primera vez, además, dentro de esta misma concepción la idea del deicidio en el proceso escriturario. Es decir, la suplantación del Creador por un creador omnipotente de su propio mundo imaginario; idea que Nietzsche ya había pregonado en El origen de la tragedia y que hacía extensiva a cualquier forma artística, mientras que Vargas Llosa la hacía propia para la novela que es para él “una orgullosa afirmación humana”. Cada novela es para el escritor peruano “una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real, de una sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea”. Sin duda que esta obra es imprescindible para entender la poética de García Márquez escrita por quien fue un escritor cercano a él hasta el momento del famoso knock out entre ambos.
“Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta de que no servía para nada”. Esta afirmación de García Márquez es de antología cuando le responde a Vargas Llosa la pregunta de ¿Para qué crees que sirves tú como escritor?, en el diálogo que sostuvieron en 1967 en Lima para hablar acerca de la literatura latinoamericana. El knock out estaba lejos aún y los dos escritores se admiraban y tenían una relación cordial. El encuentro fue organizado por José Miguel Oviedo en la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima y se llevó a cabo en dos sesiones. La idea era una conversación entre García Márquez que estaba en la cúspide de la popularidad por la publicación de Cien años de soledad y Vargas Llosa que acababa de ganar el Premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde. El encuentro al final se convirtió en una verdadera entrevista del escritor peruano al colombiano -aunque a veces se intercambian los roles, pero predominan las preguntas de Vargas Llosa. El tema es que el que los concertó tuvo la magnífica idea de grabar el encuentro de lo que surgió un libro -que ahora acaba de ser reeditado (Gabriel García Márquez/Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina). Preguntas y respuestas van conformando un interesante contexto de quienes estaban haciendo realidad lo que se conocería como el Boom de la narrativa hispanoamericana. Ni siquiera se atisba en el encuentro la famosa frase del realismo mágico en la obra acerca de Macondo y los Buendía. Lo que sí queda claro es que ambos escritores brindaron a los asistentes una deslumbrante sesión acerca del oficio de escribir como novelista. Se vislumbra, además, la impronta investigativa de Vargas Llosa que posteriormente desarrollará en sus libros como intérprete de autores de la literatura universal. Hay varios signos de conceptualizaciones teóricas que están presentes en estos análisis como el elemento añadido o los demonios interiores en la producción literaria en quienes ha fijado su atención. Por otra parte, queda demostrado en el diálogo la personalidad de García Márquez con respuestas certeras y tremendamente llenas de “humor explosivo y paradójico, de corrosiva inteligencia, furiosamente vital”, como escribe Oviedo. Es garcimarquiano cuando manifiesta que en su adolescencia tenía ya el primer párrafo de la novela que lo posicionó en la fama que -según decía- nunca quiso. Sin duda que estaba mintiendo, pero la literatura es la verdad de las mentiras, como argumenta Vargas Llosa varios años después en uno de sus libros. Lo que sí queda claro que el título del encuentro quedó en el olvido.
Gabriel García Márquez murió en el año 2014. La noticia corrió como un reguero de pólvora. Había ocurrido el desenlace de una crónica anunciada. El autor de Cien años de soledad y otras tantas novelas y relatos dejaba este mundo para formar parte de aquellos que diseminó la hojarasca. Han transcurrido siete años desde ese momento definitivo. Todos recordamos los homenajes que se le hicieron al autor que fundó Macondo. Es la historia general, pero faltaba la intrahistoria -como diría Unamuno- es decir, aquello que está en el entorno más cercano de un instante crucial de la existencia de un ser humano: la muerte. García Márquez como narrador ya había escrito una novela imprescindible: Crónica de una muerte anunciada (1981) donde el foco narrativo está puesto precisamente en el tópico de la muerte tan presente en la historia universal de la literatura. El momento de su propio final y lo que lo antecedió es la intrahistoria que ahora nos es revelada por un testimonio escrito por uno de sus hijos. Efectivamente, Gabo y Mercedes: una despedida de Rodrigo García es un relato que da cuenta de la etapa final del escritor contada por su hijo -un destacado profesional del cine y la televisión-. Estamos en presencia de un testimonio -es decir, donde se rearticula el tópico de lo visto y lo vivido-. Rodrigo García asume una perspectiva emotiva y la distancia justa de un testigo de excepción para ir desplegando la historia, donde la figura de Gabo está indisolublemente unida a su esposa Mercedes. Ella aparece como un puntal esencial en el devenir vital de ambos. El testimonio en primera persona en sus primeras páginas tiene una afirmación que -en cierto modo- es lo que se refleja en el transcurso del relato: “Escribir sobre la muerte de un ser querido debe ser casi tan antiguo como la escritura misma, y sin embargo, cuando me dispongo a hacerlo, instantáneamente se me hace un nudo en la garganta”. Queda claro, por tanto, que Rodrigo García rememora el tiempo pasado. Teóricamente, el tiempo del enunciado es distinto al de la enunciación. García Márquez ha muerto y el hijo hace memoria de quién fue como padre y esposo, como escritor, como un hombre vitalista y lleno de imaginación que -paulatinamente- irá perdiendo su memoria hasta quedar en un espacio y tiempo distinto a quienes le rodean. La obra tiene un sentido doloroso. De alguna manera, es una forma literaria de despedida de quien fue el padre a quien admiraba y de su madre, la que sobreviviera a García Márquez unos pocos años. Las imágenes fotográficas le dan un doble sentido emotivo a la narración. Rodrigo García escribe -tal vez- como le hubiera gustado al hijo del telegrafista y a la niña que lo acompañó toda su vida: Gabo y Mercedes.
P.S.: Las portadas que ilustran la crónica literaria corresponden a mi libro Mito y antimito en García Márquez, publicado en Valparaíso por la Universidad de Playa Ancha en 2002, y a la segunda edición de la Editorial Académica Española en 2011. Respecto de la primera portada, Fernando Moreno Turner me decía que hubiera sido interesante haber puesto el galeón sobre el horizonte como un guiño a la portada histórica de Cien años de soledad. Tenía razón. La segunda imagen del libro antiguo es como un rememorar el tiempo de la hojarasca y a todas las soledades.
(Mario Vargas Llosa: García Márquez: historia de un deicidio. Alfaguara. 2021. 664 pág./ Gabriel García Márquez/Mario Vargas Llosa. Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina. Alfaguara. 2021. 151 pág./ Gabo y Mercedes: una despedida. Literatura Random House. 2021. 104 pág.)
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