La poesía de Ximena Rivera es verdaderamente excepcional. No sólo por lo que se dice en la presentación de “Obra reunida” de que era ella una “rimbaudiana incorregible”, sino porque en su ars poetica hay otras resonancias de quienes tal vez fueron sus poetas preferidos y que los editores dejan en evidencia: Holderlin, Artaud, Anguita, Mistral.
Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.
El verso con que abrimos esta crónica literaria pertenece a la poeta Ximena Rivera, quien falleció en Valparaíso en 2013, y se encuentra en el libro “Obra reunida”, publicado en noviembre del año indicado. El verso que está, precisamente, en la página 122 del texto señalado se complementa con dos siguientes: “Por mi parte sólo deseo/ no conocer la eternidad”. Habiendo transcurrido cinco años desde su muerte, la poesía de Ximena Rivera emerge sólida, contundente y plena de significaciones –como toda poesía- a pesar del tiempo. En estos días hemos vuelto a releer esta obra y se nos confirma –mal que le pese a ella- que está en la eternidad de quienes a través del lenguaje nos hacen percibir la otredad de la creación poética.
“Obra reunida” se abre con los poemas de “Antología de la locura”. Los editores nos informan que los textos incluidos corresponden a la segunda edición de esta antología realizada en 2010. La primera fue hecha por el poeta Miguel Edwards en 1994. Es extraño pero en “los senderos de jardines que se bifurcan” –y estos son los caminos de la poesía- siempre hay un punto convergente. A Miguel Edwards lo conocí hace mucho tiempo, probablemente el mismo año de la publicación de la antología. Fue a la salida del Cine Arte en Viña del Mar cuando él me abordó para ofrecerme unos textos de pequeño formato, mimeografíados o fotocopiados, anillados y con una tapa de plástico duro. Ese día después de conversar y de enterarme de quién era Miguel Edwards, me entregó dos libros de su autoría: “Poemas de amor y otras yerbas”, que no tiene datación- y “Testimonio” de mayo de 1994. Posteriormente, nos volvimos a encontrar con el poeta y llegó a mis manos “Antología de la locura”. Allí conocí la escritura de Ximena Rivera.
La poesía de Ximena Rivera es verdaderamente excepcional. No sólo por lo que se dice en la presentación de “Obra reunida” de que era ella una “rimbaudiana incorregible”, sino porque en su ars poetica hay otras resonancias de quienes tal vez fueron sus poetas preferidos y que los editores dejan en evidencia: Holderlin, Artaud, Anguita, Mistral.
Enfrentarse a la poesía de Ximena Rivera es una inmersión profunda en los más íntimo de su ser poético. Sé que entre quien escribe, el ser real y concreto, y quien se despliega en el lenguaje ontológicamente es un otro/a, por eso que hablamos de un hablante lírico; pero en este caso, prefiero decir que en la obra reunida de la poeta porteña –quien había nacido en Viña del Mar en 1959- se nos muestra el devenir existencial de un alma atormentada en la búsqueda de su condición vital, en lucha con sus daimon interiores, y en un permanente cuestionamiento a lo numinoso o a Dios mismo. Hay múltiples motivos recurrentes –motivos líricos, quiero decir- que permanentemente han estado en la historia de la poesía lírica. Cada poeta a lo largo del tiempo los han recogido y puesto nuevamente en acto en la creación poética: el tiempo, el amor, la muerte, el hades van siendo poetizados por Ximena Rivera en los diversos poemarios que escribió.
Las tematizaciones de los espacios también son recurrentes como es la casa. La casa puede ser interpretada de diversas perspectivas simbólicas; aunque siempre indica primariamente el cobijo, el resguardo, el lugar seguro. La presencia de la casa en nuestra poeta es como un leit motiv, siempre está, pero no está a la vez. Lo mismo puede decirse de la presencia de las aguas. Este elemento primordial es rico en significaciones simbólicas: las aguas pueden significar vida y muerte, purificación y regeneración. Las aguas son otra constantes en la creación de la poeta Ximena Rivera: “No comprendo la continuidad/ de las partículas de agua,/ no comprendo su acción,/ su recorrido/ no comprendo la imagen de este espejo,/ no comprendo la realidad/ en el reflejo de mi rostro”.
Al leer –releer- la creación lírica de nuestra poeta que no quería conocer la eternidad, le abre al lector múltiples interrogantes. Constantemente apela a un/a otro/a, porque los versos siempre conllevan una pregunta, como lo dice por allí. Si Huidobro afirmaba que “el verso sea como una llave que abra mil puertas”, en la poesía de Ximena Rivera los versos nos abren múltiples senderos por donde ella –la hablante lírica- se internó para revelarnos un mundo insospechado. Todo lo anterior con un manejo del lenguaje sobresaliente en la creación de esos espacios líricos donde el verso puede ser incluso epigramático o transformarse en texto en prosa donde la norma del lenguaje es sobrepasada como una verdadera corriente de la conciencia.
En definitiva, Ximena Rivera a quien conocí literariamente hablando gracias al poeta Miguel Edwards, se nos muestra como una creadora que ha vencido al tiempo que todo lo acaba y, en consecuencia, alcanzó la eternidad que no quería.
(“Obra reunida” fue publicada en 2013 por Ediciones Inubicalistas de la ciudad de Valparaíso).
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