No hay que olvidar que antes del advenimiento de los regímenes autoritarios y dictatoriales, en la literatura hispanoamericana, incluyendo nuestro país, había registro de la llamada novela del dictador, como “El señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias o“La fiesta del rey Acab” de Enrique Lafourcade
Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.
En la portada del libro que tengo a la vista aparecen un grupo de hombres jóvenes a torso desnudo en un espacio desértico. Tras ellos se yergue un edificio y alcanza a divisarse parte de una montaña agreste. Al interior de la obra se nos dice que se trata de un grupo de “prisioneros de guerra” y que la foto fue tomada a fines de 1973 en la localidad de Pisagua. Varios de estos muchachos fueron fusilados y enterrados en cementerios clandestinos, y otros incrementaron la lista de detenidos-desparecidos. La portada de la obra corresponde al testimonio del periodista Rolando Carrasco Moya, titulada “Prigué. Prisionero de guerra en Chile”, cuya primera edición fue realizada en Moscú en 1977 y clandestinamente en nuestro país el mismo año. La que tengo en mi poder es la primera edición pública chilena de 1991.
Efectivamente, a raíz del golpe militar de 1973 se desplegó en los márgenes escriturarios de la literatura chilena uno tipo de discursividad que, con el tiempo, se ha denominado de los géneros referenciales, entre ellos, el testimonio como el relato de Rolando Carrasco. La ruptura provocada en el año mencionado afectó radicalmente el sistema literario, tal como la crítica especializada lo ha demostrado en el devenir del tiempo. No hay que olvidar que antes del advenimiento de los regímenes autoritarios y dictatoriales, en la literatura hispanoamericana, incluyendo nuestro país, había registro de la llamada novela del dictador, como “El señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias o“La fiesta del rey Acab” de Enrique Lafourcade . Por otra parte, según uno de los críticos que ha estudiado la novela del último siglo en Chile, el golpe provocó que los escritores renovaran las estrategias discursivas haciendo uso, por ejemplo, de las técnicas del disimulo, especialmente de quienes vivían el exilio interior, es decir, circunscribir sus relatos en tiempos históricos distintos al presente de la escritura, pero que guardaban relaciones con aquel, tal como lo hizo Guillermo Blanco con su novela “Camisa limpia” ambientada en la remota colonia chilena, o José Donoso en “Casa de campo” situando la acción narrativa en un espacio llamado Marulanda.
A la par de las novelas que tomaban como referente los acontecimientos ocurridos a partir de septiembre de 1973, en Chile –y también en otros países- comienza a desplegarse lo que se ha llamado el relato testimonial. La forma escrituraria de este tipo de discursividad, al contrario de la novela descrita en el párrafo precedente, apunta esencialmente a que se trata de un relato donde el enunciante es el propio sujeto del enunciado. En otras palabras, quien escribe es el protagonista de los hechos narrados que forman parte de una vivencia existencial potencialmente traumática, ya que involucra toda suerte de vulneración de los derechos humanos. El relato testimonial, en cierto modo, rearticula el procedimiento retórico –que en sí es un tópico literario- del criterio de “lo visto y lo vivido”. El carácter ocular del testimonio –de raíz bíblica, sin duda- le da al relato la tonalidad de veracidad y de constatación del evento narrado.
De lo anteriormente descrito de manera somera da cuenta el estudio “El relato testimonial chileno. 1973-1989” de Norberto Flores Castro y Adolfo Bisama Fernández (Santiago: RiL Editores, 2017). Se trata de un trabajo en que ambos académicos de la Universidad de Playa Ancha revelan ante el lector las circunstancias en que emerge esta forma de discursividad en la escritura chilena y sus características retóricas más sobresalientes. En este sentido, el libro tiene dos partes completamente diferenciadas, pero que se complementan entre sí. Norberto Flores se aboca en el primer capítulo a mostrar el contexto en que nace el relato testimonial de prisioneros políticos y su adscripción a los parámetros de la posmodernidad. Del mismo modo, Flores se refiere a las condicionantes históricas que llevaron al golpe militar y a un registro “inevitablemente incompleto” de los relatos testimoniales chilenos, así como del análisis selectivo de alguno de ellos sobre la base de su principal referente: “la deconstrucción del sujeto a través del castigo y la tortura”. El segundo capítulo desarrollado por Adolfo Bisama está focalizado, esencialmente, en demostrar que el relato testimonial tiene un carácter que transita entre ser un texto documental historiográfico, pero que asume rasgos escriturarios de la ficción literaria, sin que pierda por esto su índole de veracidad como relato. De esta manera, Bisama aborda las estrategias textuales y las paratextuales (como la descripción de la portada de “Prigué” a que aludimos al principio), con la finalidad de determinar a través de la teoría literaria “dónde comienza la ficcionalidad y dónde es posible reconocer el valor historiográfico del relato testimonial”.
En síntesis, el estudio de Norberto Flores Castro y Adolfo Bisama Fernández nos conducen con rigurosidad analítica a conocer el relato testimonial donde se aúnan el valor historiográfico y también los visos ficcionales de este género de al lado.
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