El cuento puede ser definido como un artefacto verbal breve: “cuento es cualquier texto que el lector reconozca como tal”. Un microrrelato no es un cuento al modo tradicional. Es una escritura que descansa en su brevedad esencial –y esto cae dentro de la subjetividad de cómo la entendamos.
Eddie Morales Piña. Crítico Literario.
Según cuenta la historia literaria, el escritor Giovanni Boccaccio redactó los cuentos de El Decamerón durante una cuarenta, debido a una peste que azotó a Italia al igual que otros países europeos a inicios del Renacimiento, por los cual el autor del texto sitúa a tres hombres y siete mujeres que huyen de Florencia y se refugian en una quinta para huir de la peste. En las tardes, los jóvenes encuarentenados comienzan a narrar historias como una forma catalizadora de la situación que están experimentando. Así nace, de acuerdo a la historia, la famosa colección de cuentos de Boccaccio, un autor imprescindible al momento de pasar a una nueva forma de representar la realidad que se conocerá como el Humanismo. La obra del autor italiano debió ser redactada entre 1349 y 1351.
El desocupado lector que ha comenzado a leer estas líneas se preguntará hacia dónde va el asunto. La frase inicial del párrafo nos remite a la escritura cervantina, pues no todos se preocuparán de leer lo que se escribe y publica en este medio bajo el título de crónica literaria. En segundo lugar, está la palabra asunto que la tomamos de acuerdo a una vieja definición de un manual de literatura–un mamotreto- que tuvo por autor al profesor Wolfgang Kayser. Para él –y la expresión no se nos olvidó jamás– asunto es lo que vive en la tradición propia, ajeno a la obra literaria, pero que va a influir en el contenido de ella. Por tanto, en la obra de Boccaccio es la situación de la peste la que sirve de acicate para el proceso de escritura. Independientemente, de que sea una estrategia narrativa, para el italiano la estadía en cuarentena le permitirá mediante los narradores crear las historias que constituyen la obra que es El Decameron. La comparación me parece pertinente al enfrentarnos a una colección de microrrelatos escritos en cuarentena mientras la humanidad se debate entre la vida y la muerte en medio de una pandemia que tiene el nombre de COVID 19: Brevirus. Es decir, el asunto kayseriano vuelve a la palestra en el siglo XXI. Sólo que ahora no se trata de cuentos o nouvelles –al estilo de las novelas ejemplares cervantinas después- sino de una forma escrituraria del próximo milenio. En realidad, esta última frase se acuñó cuando el siglo que vivimos se aproximaba y comenzó a cultivarse con profusión la escritura mínima, a pesar de que hay ilustres representantes que venían de antes.
El cuento puede ser definido como un artefacto verbal breve: “cuento es cualquier texto que el lector reconozca como tal”. Un microrrelato no es un cuento al modo tradicional. Es una escritura que descansa en su brevedad esencial –y esto cae dentro de la subjetividad de cómo la entendamos. Precisamente, es este rasgo caracterizador de la forma discursiva que hace que como relato tenga una variedad de denominaciones para ser nombrado o reconocido: el brevicuento, el microrrelato, la minificción, el microcuento, el cuento en miniatura, minicuento, cuento ultracorto, cuento instantáneo, ficción rápida, ficción súbita, o como queramos llamarlo. La brevedad exigida a su máxima potencialidad es como la cualidad intrínseca a esta forma narrativa. Las diversas denominaciones que recibe el microrrelato –el que escribe opta por este concepto-, encierran una sola verdad: que los textos mínimos exhiben como rasgo más que evidente su extrema concisión discursiva. Esta cualidad los emparienta con otros subgéneros narrativos como la fábula, la parábola, la greguería o el aforismo, mientras que la condensación poemática podría confundirlo con el poema en prosa. Por tanto, el microrrelato tiene una estructura proteica, ya que pueden participar de las características de una gran cantidad de formas literarias canónicas (diálogo intertextual).
A las denominaciones anteriores debemos agregar ahora el de brevirus. Se trata de un acierto de la principal gestora de una publicación que siguiendo la huella de Boccaccio se escribe y se publica en tiempos de pandemia. La escritora chilena Lilian Elphick ha tenido la feliz iniciativa de convocar a los/as escritores/as a presentar microrrelatos cuyos asuntos –vuelve Kayser- giren alrededor de la situación de emergencia sanitaria que el mundo está viviendo. Lilian a través de las redes sociales –al menos así lo constatamos- hizo el llamado a la comunidad escrituraria confinada en sus casas para atreverse a la redacción de los relatos breves. De allí nació Brevirus, la antología virtual, pues la podemos leer en los soportes digitales. La convocatoria fue todo un éxito: el texto tiene más de trescientas páginas y hay representantes de muchos países. En otras palabras, el microrrelato está vivito y coleando –como diríamos popularmente. De la lectura, podemos deducir que las características que hemos señalados siguen presentes. Sin embargo, siguiendo la enseñanza del maestro David Lagmanovich –quien ya no está con nosotros- lo esencial es la narratividad en el microrrelato. Comentar cada uno de los textos de una antología como esta sería inútil: es imposible, hay que leerlos. Pero de todos los presentados, sin duda, que tienen todos ellos más allá de sus cualidades estético-literarias, una forma de apreciar la pandemia donde la escritura se transforma en un agente catalizador y de sanación. Hay nombres conocidos y otros por conocer. Al final, la editora nos presenta los datos bio-bibliográficos de todos ellos. Por allí se nos apareció Enrique del Acebo Ibáñez, al amigo argentino; Walter Garib, Diego Muñoz Valenzuela o la propia Lilian. Múltiples nombres que enaltecen esta antología.
Italo Calvino en su obra Seis propuestas para el próximo milenio reflexionaba que entre las cualidades específicas de la literatura estaban la rapidez, la agilidad del razonamiento, la economía de los argumentos. En una de sus conferencia, el autor italiano confesaba que deseaba realizar “una colección de cuentos de una sola frase, o de una sola línea, si fuera posible. Pero hasta ahora no encontré ninguno que supere el del escritor guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Es indudable que si Calvino viviese comprobaría con satisfacción que lo que él previó como una cualidad esencial de la literatura está más que nunca presente en la escritura del tercer milenio: la antología Brevirus es, no cabe la menor duda, una muestra palpable de aquello. Para muestra un botón de Ana Ibáñez, española:
Kafkiana.
Al despertarse aquel día, descubrió con horror que se había convertido en un minúsculo virus con corona.
Homérica.
Cuando ya estaban a punto de regresar a su hogar, Ulises y su tripulación tuvieron que resignarse a permanecer dentro la embarcación en cuarentena por una epidemia frente a las costas de Ítaca.
(El/la lector/a puede leer la antología en el portal de Letras de Chile: https://www.letrasdechile.cl/home/index.php/noticias/3383-antologia-de-minificciones-brevirus.html)
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