Siempre en sus relatos novelescos la presencia de las mujeres es determinante y son ellas las que llevan el devenir de las historias. Desde una óptica feminista, Marcela Serrano ha mostrado en sus novelas una destacada escritura que la ubica entre las escritoras nacionales más significativas.
Crónica literaria de Eddie Morales Piña. Imagen, portada del libro, Alfaguara 2019, referencia Amazon.
El tema de la muerte siempre ha estado presente en la literatura universal, pues ella forma parte de la existencia humana. Ineludiblemente “se viene la muerte tan callando”, escribía el poeta Jorge Manrique en los tiempos medievales como recordando la finitud de nuestro ser. De este modo, la muerte como temática se convirtió en un motivo literario que ha cruzado la historia de la literatura adoptando diversas variantes de acuerdo a las cosmovisiones de mundo de cada época. Desde los seres de un día como decía Esquilo en Prometeo encadenado hasta la afirmación existencialista de que el hombre es un ser para la muerte, pasando por la exclamación paulina de dónde está muerte tu victoria, hasta la hermana muerte del pobrecito de Asís, el motivo de la muerte ha estado siempre presente en la literatura y en el resto de las obras de arte.
En la literatura española clásica, sin duda, que el texto canónico es la hermosa elegía funeral de Jorge Manrique (Coplas a la muerte de su padre) donde se nos advierte: “recuerde el alma dormida,// avive el seso y despierte,// contemplando,// cómo se pasa la vida,// como se viene la muerte, //tan callando”. La muerte se convirtió en un tópico –literariamente hablando- que dio origen a diversas formas escriturarias como la mencionada elegía, el planto o el sermón funerario. Hasta el Arcipreste de Hita, en el Libro de Buen Amor le dedicada un lloro a Trotaconventos, su fiel intercesora en sus amores. En un libro ya clásico, Philippe Aries sostiene que la muerte en Occidente ha asumido diversas formas de expresión como la muerte propia, la muerte de los otros, la muerte esperada, la muerte preparada la muerte asumida. Todo esto en la Edad Media configuró una textualidad que se denominó el ars moriendi, el arte de morir.
Si nos remontamos a Manrique, obviamente, que las coplas que escribió a la muerte de su padre Don Rodrigo, un ilustre caballero medieval, no sólo fueron una suerte de un elogio a las virtudes humanas y caballerescas de su progenitor, sino además una especie de desahogo emocional de la pérdida del ser querido. La escritura como una liberación para hacer el duelo. El duelo es una experiencia intransferible que desde el punto de vista cristiano lleva al consuelo y a la paz interior de quien lo está viviendo. El condolerse, es decir, asumir el duelo del otro también es una forma de ayudar a aquella separación del cuerpo físico que significa la muerte corporal.
Sobre la base de lo anterior, es que podemos comprender la escritura de Marcela Serrano a partir de la muerte de su hermana Margarita, fallecida en noviembre de 2017 víctima de un cáncer que la tuvo cautiva durante varios años. Marcela Serrano es una escritora chilena que ha escrito varias novelas, algunas sobresalientes, dentro del contexto de la literatura chilena reciente. Siempre en sus relatos novelescos la presencia de las mujeres es determinante y son ellas las que llevan el devenir de las historias. Desde una óptica feminista, Marcela Serrano ha mostrado en sus novelas una destacada escritura que la ubica entre las escritoras nacionales más significativas.
La muerte de su hermana Margarita –quien se revela en el texto como una hermana entrañable, entre las cinco que fueron- provocó en la escritora una pérdida como si hubieran “arrojado una bomba atómica sobre nuestras cabezas”. Margarita, la Manga, era la más carismática y alegre de las hermanas, lo que nunca perdió a pesar de la enfermedad que aparecía y desaparecía, hasta que se asentó definitivamente y la llevó a la muerte. La cercanía de Marcela con su hermana Margarita suscitó en aquella el desconcierto, la rabia y la tristeza. Como toda muerte, como todas las muertes, este es el sentimiento primero.
“El manto” de Marcela Serrano no es una novela, en consecuencia, no es un texto ficcional. La escritura de la autora es inconfundible para quien haya leído sus relatos, pero aquí no entramos a un mundo paralelo donde la ficción se confunde con la realidad; por el contrario, estamos ante una escritura que se afinca en la experiencia concreta. Se trata de un texto que se configura como un relato testimonial donde la narradora –Marcela Serrano- va construyendo en el devenir del tiempo mediante la evocación de recuerdos y vivencias, la relación vital y entrañable con la motivación de la escritura que es su hermana Margarita. El texto, por tanto, es una especie de elegía o planto medieval pero adecuado a la escritura contemporánea que la autora ha sabido construir a partir de su duelo. La secuencia de los hechos evocados va del presente al pasado reciente o lejano. En este sentido, Marcela Serrano sigue la huella de Roland Barthes – a quien cita en el relato- cuando este escribe un diario en torno a la muerte de su madre que le sirve a él de liberación y de asunción de la pérdida física del ser amado. Lo mismo acontece en la obra de la escritora chilena: el texto es el resultado de la única manera que ella tuvo de soportar la ausencia de la Manga.
El relato tiene un significativo título. Un manto es una vestimenta que cubre el cuerpo. La narradora alude a él en el segmento 27 –porque el texto tiene 87 y un epílogo- cuando recuerda el manto de Clara Sandoval, el manto con que fue cubierto el féretro de Nicanor Parra, “el manto cosido por su madre hace mil años para él”. El manto –como una arpillera de Violeta, la hermana del poeta (y ella también lo era)- es una suerte de escritura que arropa el cuerpo. “El manto” de Marcela Serrano es una vestidura que no sólo cubre a su hermana ida, sino también a todos quienes tras su partida quedaron a la intemperie y desvalidos.
En definitiva, este relato testimonial de la novelista es un escrito donde se nos revela entrañablemente qué significa la muerte, pero la muerte vencida a través de la escritura.
(“El manto” de Marcela Serrano. Santiago. Alfaguara. 2019).
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