Siempre he sostenido que el proyecto de la narrativa donosiana está incubado en su primera novela que, según relata en el libro al principio nombrado, le costó tanto publicar. En Coronación, cuya primera edición es de 1958, están las claves, los símbolos, los motivos, las alegorías, los personajes que con el devenir de su proceso de escritura se desplegarán en sus creaciones posteriores
Eddie Morales Piña. Crítico Literario.
En su Historia personal del boom (1972) el escritor chileno José Donoso confiesa que sentía una sana envidia ante la presencia avasallante de un joven narrador peruano llamado Mario Vargas Llosa, quien con poco más de veinte años había escrito una novela sobresaliente que lo había hecho acreedor del Premio Biblioteca Breve de la editorial barcelonesa Seix Barral en 1962. Se trataba de La ciudad y los perros y lo que llamaba la atención del chileno era precisamente la perspectiva que asumía el narrador para relatar la historia. Eran los inicios de lo que se conocería como el “boom” de la literatura hispanoamericana. José Donoso, sin querer queriendo, se vería inmerso en el fenómeno literario que marcó una época en la escritura, pues ahora se habla de la novela del “boom” y del “postboom”. En su ensayo, Donoso, manifiesta que le gustaría escribir una novela que marcara un hito en la novelística chilena e hispanoamericana. Sin dudas, lo logró con creces.
La presencia de José Donoso en la historia de nuestra narrativa es a estas alturas insoslayable. Nadie se cuestiona que se convirtió en un novelista mayor –en el sentido de que se ubica en un espacio donde adquiere las connotaciones propias de un escritor significativo que ha marcado una impronta. En otras palabras, Donoso se transformó en un clásico de la literatura no sólo chilena, sino hispanoamericana y universal. Indudablemente forma parte del canon, como diría Harold Bloom. Mientras que Italo Calvino argumentaría que es un clásico porque a su obra se vuelve una y otras vez y en cada oportunidad nos reencantamos con su manera de entramar las historias. Al final, Donoso alcanzó lo que quería ser y tener: un “estilo” escriturario propio que lo hace inconfundible: donosiano. Sin que seamos necesariamente donosiano a ultranza, el autor de significativas e imprescindibles novelas y relatos es lo que Alberto Blest Gana significó en el siglo antepasado. Donoso construyó un universo narrativo sobre la base de una poderosa imaginación donde confluyeron diversas lecturas para presentar la realidad ficcionalizada. Como ha dicho Vargas Llosa, los “demonios interiores” se hacen presentes en el proceso escriturario, quedando plasmados en aquella nueva realidad que es la literatura. Es lo que se percibe en la escritura de Donoso.
El escritor fallecido en diciembre de 1996 perteneció a la denominada generación del 50. Forma parte, por tanto, de un grupo de escritores y escritoras que rompieron con el realismo en sus diversas variantes. Es el grupo que aglutinó en una antología de cuentos otro escritor ineludible como lo fue Enrique Lafourcade. Siempre se ha dicho que esta generación fue una invención suya, pero la historiografía literaria ha demostrado que, efectivamente, fue la emergencia de una nueva forma de percibir el mundo y de plasmarla a través de la escritura. El manifiesto literario de Lafourcade que hicieron suyos quienes estaban en la antología explica con certeza el por qué esta generación marcó un sello, cuyo programa narrativo se materializó en la denominada novela del escepticismo (José Promis, dixit).
Siempre he sostenido que el proyecto de la narrativa donosiana está incubado en su primera novela que, según relata en el libro al principio nombrado, le costó tanto publicar. En Coronación, cuya primera edición es de 1958, están las claves, los símbolos, los motivos, las alegorías, los personajes que con el devenir de su proceso de escritura se desplegarán en sus creaciones posteriores. Estamos en el mundo donosiano. Un mundo que se construirá desde una perspectiva esperpéntica –Valle Inclán como un fantasma detrás- donde el orden establecido es resquebrajado, desarticulado y destruido. Un leit motiv predilecto en la generación del 50 o del 57 o en el programa narrativo del escepticismo. El orden de las familias burguesas se desmorona por la intromisión de sujetos marginales, cuyo mundo también se viene abajo. La decrepitud, la locura y las inhibiciones van modelando un universo narrativo casi gótico donde reina la sinrazón encarnada en personajes inolvidables en espacios claustrofóbicos y laberínticos.
Dentro de esta somera descripción es que debemos ubicar la novela que celebra 50 años desde su aparición en 1970. Novela que habiendo pasado cinco décadas sigue conservando la apostura de una creación que se visibiliza como una obra clásica. El obsceno pájaro de la noche de José Donoso se yergue como una maciza obra literaria. Una novela compleja, sin dudas, donde la perspectiva del narrador hace de las suyas. Lo que deseó Donoso cuando miraba y admiraba la narrativa vargallosiana se cumplió en este relato esperpéntico, en que las claves que estaban presentes incipientemente en su primera novela alcanzan un grado superlativo a través de la mirada del entrañable Humberto Peñaloza, el Mudito, travestido en narrador de una historia donde lo carnavalesco es privilegiado desde la óptica narrativa del acontecer que tiene como lugar la Casa de Ejercicios de La Chimba, y donde la familia Azcoitía y los monstruos de la Rinconada están siempre omnipresentes.
El obsceno pájaro de la noche como relato hace confluir en su interior –un interior decadente y opresivo- múltiples variantes escriturarias que Donoso supo subvertir, por cuanto su literatura tuvo este carácter de descorrer el tupido velo, descorrer que también le afectó a él como persona. No cabe la menor duda, un cincuentenario que nos permite volver a un relato cumbre de José Donoso.
(La foto de la portada corresponde a la quinta edición de El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, publicada por Alfaguara el año 2005).
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