Si quisiéramos hacer una nómina de novelas chilenas publicadas en el año 2024 que resalten por su calidad estética y la presentación de una historia atrapante para el lector, sin duda, que esta del escritor Juan Mihovilovich -que lleva el hermoso título de El amor de los caracoles– ocuparía un lugar central. Hay varios motivos para hacer dicha afirmación. Cuando hoy circulan y proliferan relatos de múltiples especies, encontrarse con una novela que despliega una historia aparentemente simple en su tematización, pero de un alto contenido humano y con un tratamiento de su estructura narrativa envolvente, constituye un hallazgo escriturario.

La novela de Juan Mihovilovich resulta ser un relato cuya programación narrativa es abordada por el autor desde perspectivas y modalidades estéticas de aprehensión de la realidad que le dan a su escritura ese efecto singular. El escritor conjuga en la estructuración de la historia desde el realismo hasta el realismo mágico o lo real maravilloso, pasando por lo fantástico también. En cada uno de estos momentos la escritura de Mihovilovich descuella por el lenguaje dentro del espacio campesino y rural en que se desenvuelve la trama. La localidad imaginaria -pero que tiene un referente real- es Curepto.

Dentro de la configuración estética del relato es un acierto la voz narrativa que va dando cuenta del desarrollo de la historia. Esta voz es la de un niño que narra desde su óptica de infante. En el devenir de la literatura chilena hay momentos importantes en que los relatores toman esta perspectiva. Mihovilovich se inscribe dentro de esta tradición y lo logra con creces. Por otra parte, esta voz innominada pero que forma parte del constructo imaginario, en consecuencia, de la historia narrada, desenvuelve el relato sobre la base de segmentos que llevan y traen el acontecer. En este sentido, el narrador conoce y domina lo narrado. Los segmentos -con sus títulos respectivos- de alguna manera son un mapeo de una historia que adquiere ribetes sobrenaturales en más de algún momento, pero que se asienta en la realidad inmediata. Estos títulos que organizan la trama son verdaderos epígrafes que señalan el contenido que se despliega en el enunciado narrativo.

La novela de Mihovilovich -abogado y ex Juez de la República, quien tiene una abundante obra narrativa- pone énfasis en que los protagonistas de la historia de los caracoles son los niños. Estos son niños que se comportan como tales, en tanto que poseen una forma de apreciar el mundo y su contexto con una mirada que le otorga la atmósfera maravillosa al relato. Entremedio está el sentido del amor de los caracoles que le permite al narrador entrar en una búsqueda del bien espiritual. Este punto está muy bien logrado. Hay una forma de ingresar a un mundo distinto y esta incorporación es sobre la base del amor. Los niños conforman una especie de cofradía entre el espacio tangible y otro que sólo se aprehende al traspasar el umbral. La presencia de Laurita -la hermana del narrador muerta en un tsunami cuyo referente inmediato es el terremoto de 2010- es la bisagra entre ambos espacios. Su presencia es puro realismo mágico y ocupa un lugar central en el relato. Del mismo modo, Clarita la otra figura femenina niña es determinante en sacar a la luz el sentido de los caracoles que tiene una matriz simbólica en la novela. Los capítulos en que se despliegan como actantes son realmente muy poéticos y maravillosos para el lector, precisamente por el modo como el narrador -que no es más que la trasmutación de lenguaje del autor- muestra el ser de estas criaturas de la naturaleza. Pablo es el hermano del narrador, quien a temprana edad pierde uno de sus ojos, transformándolo en una especie de Tiresias. Y también está Lautarito, el hermano muerto apenas nacido. Las referencias a etapas pretéritas de otro Lautaro también son un acierto. De esta manera queda configurado el mundo de los niños en el espacio edénico de Curepto, con dos de estos que son como los angelitos de la tradición de la religiosidad popular hasta hace unas décadas atrás. A este mundo mágico, se opone el espacio de los adultos con todas sus miserias y grandezas. Los títulos de los segmentos son decisorios en el contenido. De este modo, el lector se enterará que el abuelo adorable y sabio había cumplido una pena de presidio por asesinar a un hermano; que la madre de los niños muere prematuramente, mientras que el padre es un alcohólico consumado y mujeriego que hacia el final de la novela se redimirá a través del amor en la entrega al prójimo, siendo donante de un órgano vital para la profesora Filomena, quien había sido su amante. El mundo adulto que es mirado bajo la perspectiva del narrador niño es vario pinto. Precisamente, la profesora es un personaje insoslayable. El lector descubrirá el porqué de la ira que le tiene a los hermanos. El cura Mujica resalta por su condición de cura Gatica que predica, pero no práctica. Un sacerdote que falta a los mandamientos mediante la lujuria y lo libidinoso. Este es el mundo que se configura en el relato. Los personajes se entrecruzan y van estructurando una historia donde Curepto se transforma en un espacio maravilloso donde todo puede ocurrir.

En síntesis, El amor de los caracoles es una novela de Juan Mihovilovich imprescindible y absolutamente recomendable. Como se dice en la contraportada, una novela hermosa, diferente, profunda y sugerente.

Por admin

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