Sintéticamente, si el cuento puede ser definido como un artefacto verbal breve, y la brevedad en este caso cae dentro de la subjetividad de cómo la entendamos, el microrrelato, la microficción, el microcuento, la ficción súbita, el cuento ultracorto, el cuento en miniatura, o como quiera llamársele, ahonda y profundiza en dicha cualidad, ya que tenemos la certidumbre de que todo relato breve puede llegar a ser aún más de lo que es.
Imagen y crónica de Eddie Morales Piña, crítico literario.
Hará unos ocho años atrás, redactamos algunas crónicas que revisaban la tematización en la escritura literaria del golpe militar en Chile de 1973 y de cómo este se transformó en una motivación escrituraria que produjo diversos formatos creativos. Decíamos que dicha fractura provocó una repercusión inusitada en el quehacer artístico en general, y en forma particular en la literatura chilena. En realidad, fueron cuatro crónicas en que abordamos fundamentalmente lo que aconteció en la narrativa, y de preferencia en la novela. Uno de los últimos escritos de aquella serie fue referido al microrrelato, es decir, aquella forma discursiva mínima que tiene una larga tradición en la narrativa, pero que en los últimos años ha alcanzado un desarrollo significativo; para algunos teóricos se trata del “género literario del tercer milenio” adscrito a las textualidades posmodernas. Sin duda que la microficción –que es otra de los nombres con que se conoce este tipo de creación literaria-, no pudo estar ajena al contexto del quiebre institucional, al advenimiento del régimen autoritario y a su consolidación como dictadura cívico-militar. Lo que estoy haciendo en el momento de la enunciación, es una reescritura de aquella crónica publicada hace varios años -para ser exacto en 2014 y que luego recogí en un libro (Crónicas y escritos digitales, 2016), motivado por la muerte de uno de los principales estudiosos, cultures y divulgadores de este género, el escritor y académico chileno Juan Eduardo Epple.
Hemos conservado en la reescritura de aquella crónica el título de Con tinta sangre; en aquel entonces lo tomamos prestado de la obra de igual nominación de quien fuera catedrático de la Universidad de Oregon. En este libro Con tinta sangre (Thule ediciones, 2004, 107 páginas. Impreso en China), Epple nos entrega una muestra llena de creatividad de diversas situaciones que agrupa, de acuerdo con el sentido de las temáticas, en cuatro segmentos: “Las armas y las letras”, “Los dominios perdidos” (el guiño al poemario de Jorge Teillier), “Acta est fabula” (locución latina que significa “se acabó la ficción”) y “De la literatura y otros males”.
Sintéticamente, si el cuento puede ser definido como un artefacto verbal breve, y la brevedad en este caso cae dentro de la subjetividad de cómo la entendamos, el microrrelato, la microficción, el microcuento, la ficción súbita, el cuento ultracorto, el cuento en miniatura, o como quiera llamársele, ahonda y profundiza en dicha cualidad, ya que tenemos la certidumbre de que todo relato breve puede llegar a ser aún más de lo que es. En consecuencia, la brevedad exigida a su máxima potencialidad es como la cualidad intrínseca a esta categoría textual. Metafóricamente, el microrrelato es “como encender una fugaz cerilla dentro de una habitación a oscuras”, es decir, nos deslumbra con su economía narrativa y condensación absolutas.
En el año 1990, Juan Armando Epple publicó la Brevísima relación. Antología del micro-cuento hispanoamericano (Santiago, Mosquito editores), un libro con características fundacionales de la forma narrativa mínima. Dentro de la sección “De la cotidianidad alterada” encontramos dos textos antológicos cuyas temáticas están relacionadas con el golpe de 1973 y los acontecimientos que trajo consigo. En el titulado “Golpe” de Pía Barros, magistralmente, se toma la parte por el todo, transformándose el golpe en la metáfora del Golpe: “-Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe? Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio. El niño fue hasta la puerta de casa. Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo”.
En este mismo libro, está el antologado microrrelato de José Leandro Urbina, donde a partir de la primera parte de la principal plegaria cristiana se reconstruye una imagen inocente y terrible a la vez, enmarcado en las redadas y allanamientos; el relato se llama “Padre nuestro que estás en los cielos”: “Mientras el sargento interrogaba a su madre y a su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza. – ¿Dónde está tu padre?-le preguntó. –Está en el cielo- susurró él. -¿Cómo? ¿Ha muerto?- preguntó asombrado el capitán. –No-dijo el niño. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros. El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que deba al entretecho”.
En Con tinta sangre, Juan Armando Epple reúne varios relatos que tienen como referente el golpe de Estado en Chile. La mayor parte de ellos se concentran en la sección “Las armas y las letras”. Esta denominación tiene un sentido irónico y mordaz con el fin de contraponer dos realidades opuestas hoy en día, pero que en épocas pretéritas y clásicas se daban conjugadas; de allí devino en un tópico de la literatura, tal como se configura en el discurso de las armas y las letras que leemos en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes; este había participado en la batalla de Lepanto, así como Alonso de Ercilla, el poeta soldado, lo hizo en la conquista de Chile. En la sección de Epple hallamos el contraste entre la fuerza bruta y la inteligencia. Una de las primeras acciones llevadas a cabo post golpe fue el allanamiento de las universidades y las quemas de libros: el bibliocausto. En “Sobre libros no hay nada escrito” (publicado por primera vez en México en 1975), el narrador que no es otro que el propio Epple trasmutado en personaje, describe con exactitud e ironía una situación para nada festiva; parodia del escrutinio de la librería de Don Quijote, llevada a cabo ni por un Cura ni por un Barbero cervantino: “-Reunir tantos libros, estudiar tanto –murmura el ahora ex estudiante, mientras la patrulla deletrea títulos y el jefe dictamina con un dedo- para que vengan de pronto cuatro milicos a quemar lo que quieran, y todavía cuadrándose, con cada veredicto, a la orden cabo Gutemberg”.
Y, a propósito de Cervantes, la sección “Las armas y las letras”, sin duda, que le rinde homenaje al escritor español, que además es el título de uno de los microcuentos. En él se narra cómo un alumno rescata ante el allanamiento de la Facultad un preciado libro: “(…) recuerdo uno de esos cursos mal aprovechados de Eugenio Matus, elijo mi ejemplar del Quijote, y me prometo que si salimos bien parados de ésta lo buscaré algún día para pedirle que me explique su versión del episodio del barbero y del canónigo, porque también falté a esa clase”.
El titulado “Fe de erratas” es un microrrelato sobresaliente en que se describe la confusión de personas, con las trágicas consecuencias posteriores: “Yo soy el que apresaron, pero no el que buscaban. Intenté explicarles que aunque coincidían el pueblo, la universidad donde estudiamos, quizá algún panfleto que recogí de paso, mi apellido se deletrea Epple, y él es o era Appel (…)”. Nótese que la conjugación verbal al final del párrafo tiene todo el sentido simbólico del estar en presente o pretérito. Así como también lo tiene el título de esta obra excepcional de Juan Armando Epple: Con tinta sangre.
Por último, hay que señalar que el año 2004 se efectuó en la Universidad de Playa Ancha el III Encuentro Internacional de Minificción. En Valparaíso y al alero de esta universidad se reunieron varios representantes de diversos países a exponer teóricamente acerca de este género narrativo y a leer las ficciones en la famosa ronda o carrusel de microrrelatos. El congreso en Valparaíso se gestionó gracias a Juan Armando Epple, mientras que el autor de esta crónica era académico de literatura en la UPLA. Termino con este microcuento de nuestro autor ausente: “Lo desgastan los años y lo mantiene a flote el sueño del oficio”.
Juan Armando Epple, descansa en paz.
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