Efectivamente, la imagen del conquistador y emperador macedonio fue mitificándose con el tiempo. Pero de hecho en vida, el macedonio iba encaminándose hacia este espectro mítico, incluso en su concepción ya no natural sino sobrenatural. Probablemente, este aspecto es el que hace que su vita sea fascinante aún en el siglo XXI. Alejandro se convirtió en un héroe mítico que equiparaba su personalidad a los grandes héroes del Partenón legendario y epopéyico griego.
Texto e imagen por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
No cabe la menor duda que la figura de Alejandro Magno como se le conoce por la historiografía es un sujeto que histórico que ha trascendido el paso del tiempo. Su nombre y lo que realizó en su vida está en el imaginario colectivo. Como su personalidad fue deslumbrante, es natural que, en el transcurso de la evolución de los siglos y milenios, Alejandro se haya convertido en un motivo recurrente en la literatura universal. Es un personaje que se constituyó como ente factible de ficcionalidad. En el caso de la literatura hispánica, por ejemplo, encontramos el Libro de Alexandre, un poema en verso en la denominada cuaderna vía -que se le llamó alejandrino- correspondiente al siglo XIII dentro del mester de clerecía. La obra se considera anónima y cuenta la historia de Alexander con abundantes elementos fantásticos. La ficcionalización del héroe quedó encapsulada en el relato literario, es decir, en la narratividad.
Según García Gual, la historia de Alejandro tiene un antecedente histórico en una biografía novelesca atribuida al Pseudo Calístenes –Vida y hazañas de Alejandro– que recoge la tradición oral y donde hay elementos legendarios e históricos en la vita del conquistador. De acuerdo con el autor mencionado, este texto debió ser redactado en el Egipto alejandrino aproximadamente en el siglo III de nuestra era: “desde la muerte de Alejandro (que sucedió en Babilonia en 323 a.C.) a la redacción de esa compleja y variopinta Vida por el incógnito escritor al que damos el nombre Pseudo Calístenes ya habían pasado más de cinco siglos. En ese período oscuro la figura del gran monarca y conquistador macedonio se fue convirtiendo en una imagen mítica que lo presentaba como el último monarca macedonio, muerto en plena gloria y juventud a los treinta y tres años, en la misteriosa Babilonia, fatídica y ocasional metrópolis de un extensísimo imperio, deshecho a su muerte”.
Efectivamente, la imagen del conquistador y emperador macedonio fue mitificándose con el tiempo. Pero de hecho en vida, el macedonio iba encaminándose hacia este espectro mítico, incluso en su concepción ya no natural sino sobrenatural. Probablemente, este aspecto es el que hace que su vita sea fascinante aún en el siglo XXI. Alejandro se convirtió en un héroe mítico que equiparaba su personalidad a los grandes héroes del Partenón legendario y epopéyico griego. Este fenómeno mitificante hará de él casi un inmortal, pero de hecho no lo era. Quedó inmortalizado en la historia y en el arte, especialmente en la literatura. De acuerdo con esta perspectiva, no fue hijo real del rey Filipo II, sino de un mago llamado Nectabeno, un farón egipcio exiliado y astuto, como dice García Gual. En el transcurso de su vita, Alejandro fue el fundador de Alejandría, conquistador del imperio persa, de carácter ambicioso y siempre en la búsqueda de su deificación, además de explorador del Oriente. También se convirtió en paradigma de la soberbia y la vanidad. En Egipto el oráculo de Amón le revela su origen divino -todo esto en los márgenes de la estructura mítica en que se desenvuelve la vida de Alejandro.
Como es natural, el prototipo de héroe mítico que es Alejandro, lo ha hecho atractivo para su conversión a lo literario en versión novelesca. En cierto sentido, su persona transformada en un motivo literario y él en un personaje como los héroes homéricos a quienes conocía probablemente a través de su maestro Aristóteles, como cuenta la Historia. El relato de la vita alejandrina en su novelización ha encontrado un cauce natural en la denominada novela histórica. Una saga interesante fue, por ejemplo, la de Valerio Massimo Manfredi en su novela Alexandros. Las arenas de Amón (1999). La novela histórica es un formato escriturario que sobre la base de la documentación del discurso histórico recrea un tiempo determinado de la historia generalmente ajustándose a los parámetros que aquel señala. La novela histórica posee una larga prosapia y sigue manteniéndose lozana, a pesar de que por la década de los setenta del siglo pasado le salió al paso la llamada nueva novela histórica que recusa los mecanismos del discurso histórico y, en consecuencia, es el reverso de la novela histórica donde se ubica La sangre del padre de Alfonso Goizueta (2024).
La novela de Goizueta se ajusta plenamente a la discursividad histórica -no olvidar que lo histórico del personaje se ensambla con la imagen mítica-, salvo algunas pequeñas licencias, dice el autor en un epílogo después de la lista de los personajes históricos. Se nota en el desarrollo de la diégesis que el narrador -mejor dicho, el autor- proviene del ámbito de los estudios históricos. De hecho, esta es su primera novela, según se informa en la solapilla posterior del libro. El texto fue finalista del Premio Planeta 2023 y creo comprender por qué lo fue después de su lectura. El relato de Goizueta es un desarrollo novelado bajo los márgenes de los códigos del discurso oficial sobre la vita alejandrina, incluido probablemente el Pseudo Calístenes o el relato anónimo hispánico nombrado al principio. El narrador -la figura de lenguaje tras el autor- asume la perspectiva omnisciente y omnisapiente y su discursividad discurre como un relato tradicional.
La trama está construida sobre la base de lo que se conoce del macedonio y su entorno familiar y social. Asciende al trono después del asesinato de su padre en Macedonia. La finalidad suprema del joven Alejandro es quitar a los persas los espacios que fueron griegos. Luego vendrán sus afanes imperiales como conquistar Babilonia, Persépolis y todos los lugares hasta vencer a su antagonista, que no fue otro que el rey Darío -el último aqueménida- y terminar con el imperio persa. Dentro del desarrollo de la historia novelada, la figura de Hefestión ocupa un lugar relevante, pues fueron amantes; sin embargo, por aquel tiempo las relaciones entre personas del mismo sexo eran consentidas y aceptadas, y a la muerte de aquel, Alejandro ordenó darle culto. La novela se lee con interés, pero hay un detalle importante. La narratividad del texto se hace cuesta arriba. El narrador se solaza en detalles que no tienen gran relevancia y le restan agilidad al relato. De este modo, el texto se alarga inconvenientemente. La poda del relato hubiese sido pertinente. El lector que se adentre en sus páginas comenzará a ingresar a un mundo tan lejano e interesante donde hay momentos desde el punto de vista escriturario de cotas significativas y otros instantes donde el texto se convierte en un relato moroso donde se piensa cuándo llega el desenlace.
En síntesis, la figura de Alejandro Magno siempre seguirá suscitando el interés de historiadores y novelistas para recrear la vita de un extraordinario hombre que se desplazó de lo histórico hacia lo mítico y cuyo cuerpo fue enterrado en la famosa Alejandría que él fundó y proyectó como previendo que ahí quedaría inmortalizado para siempre.
(Alfonso Goizueta. La sangre del padre. Planeta. 2024. 602 pág.).
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