Desde la Facultad de Humanidades, Alessandro Monteverde y Felipe Vergara indican que, a su juicio, hoy se percibe a la salud pública como un gasto, pero no como una inversión

(Información vía NP)

La pandemia del Covid-19 ha dejado al descubierto cierta patología mental que los griegos llamaron “Crematomanía”, cuando la obsesión por el dinero se vuelve enfermedad.

Así lo plantearon el decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Playa Ancha (UPLA), Alessandro Monteverde, y el coordinador de Pedagogía en Historia, Felipe Vergara, quienes sostuvieron que esta patología ha tomado fuerza en países cuya economía está centrada en la acumulación de capitales. ¿El resultado? Un sistema que deja de lado elementos tan esenciales como la dignidad, el amor al prójimo y la preocupación por las generaciones venideras.

En este contexto, a los académicos UPLA no les sorprende entonces que varios líderes del viejo y nuevo mundo, en sus lecturas públicas por enfrentar el problema del virus COID-19, vean las estadísticas de mortalidad y los efectos de la enfermedad desde una miope y deshumanizada lectura de balances contables.

Claramente, estos líderes centran su preocupación en las consecuencias económicas de la pandemia, dejando de manifiesto esa sicopática personalidad crematomaníaca, que está más preocupada por los efectos económicos que por las pérdidas humanas. Muchos van a objetar lo que digo, pero es entendible asumir que se han desarrollado bajo un modelo de consumo inspirado en el orden liberal de la producción de bienes materiales como de capital”, comentó Monteverde.

POBLACIÓN PASIVA

En esa línea, Vergara advierte que los efectos económicos de la pandemia en Chile es una arista que insiste en la sobrevaloración obsesiva del dinero y la riqueza. A su vez, se pregunta ¿cuánto vale a vida de una persona? Asegura que los ancianos -tercera y cuarta edad- son vistos como un lastre económico por parte del Estado, visión que se arrastra de fines del siglo XVIII bajo la nomenclatura “población pasiva”, que equivale a “población que no produce”.

En otras palabras, los viejos son la antítesis de un modelo de producción sustentado en bienes de consumo. Los abuelos deben morir bajo la lógica de este pensamiento crematomaniaco… ¿Por qué? Porque son un gasto. En esta simetría histórica está Europa, porque, paradójicamente, los países más afectados por el virus son aquellos que peor trato han dado a ese grupo pasivo y Chile está en uno de ellos”, afirma Vergara.

Informes internacionales se refieren al trato que se le da a la población de jubilados. Los ajustes de pensiones en Italia y España en 2012, 2014 y 2018, dan prueba de ello, dejando en claro la otra máxima medieval: “si la vida no se las arrebató la miseria, bien lo hizo esta enfermedad”.

Monteverde subraya que la única interpretación económica que puede hacerse como gran lección que deja esta pandemia es: ¿Qué tan importante es la salud pública en un modelo inspirado en el consumo y la acumulación de riquezas?. Pues bien, los datos de la OMS (Organización Mundial de la Salud) avalan la dicotomía contable entre “gasto” e “inversión” pública que tienen algunos Estados. Así, por ejemplo, para países como Estados Unidos, Chile, Perú, Italia y España, el concepto Salud Pública es un “gasto”, atendiendo entonces que en su ordenamiento mental, la idea de políticas de prevención y cuidado es nula e inexistente. Por otra parte, en países como Corea del Sur, Alemania, Cuba, Dinamarca y Suecia, los gobiernos jamás hablan de gasto en salud, sino que usan irrestrictamente el concepto “inversión”.

Todo esto nos ayuda a vislumbrar qué hay detrás de quienes piensan la política, la economía, valoración o desprecio que pueden tener por la vida de otros. Sin duda, la gran lección de esta pandemia es que la vida no importaba tanto para algunos, por lo mismo, se hace necesario humanizar la economía, no en pro de las empresas, ni de los estándares del desarrollo, ni tampoco por el Estado… sino por todos aquellos que sustentan el Estado: las personas… Se hace necesario un cambio real por respeto a los que ya partieron y pensando empáticamente en las generaciones que nos sucederán”, concluye Alessandro Monteverde.

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