“Cuando te vi/ Con tu abrigo de suave paño/ Más te amé/ Membrillo amado/ Pero no quiero hablar de ti/ En función de mí/ De un nosotros del que no puedo escapar/ De un centrípeto nosotros…”
Eddie Morales Piña. Profesor Titular. Universidad de Playa Ancha.
Es bien sabido que desde los años noventa del siglo pasado, esta relación entre la naturaleza, el hábitat, y el hombre ha convocado al surgimiento de un movimiento interdisciplinar donde de diversas instancias investigativas se abordan “las relaciones del ser humano con la naturaleza, con el medio ambiente y con el mundo que lo rodea”. A esta nueva forma de mirar la relación del hombre con la naturaleza y el paisaje se le ha denominado ecocrítica, puesto que pone su punto de interés en “la relación del escritor, de sus personajes y/o sus metáforas con el medio ambiente”. En este sentido, hay una ecocrítica que aborda el fenómeno en los textos literarios, entre estos la denominada ecopoesía.
De más está decir que esta relación existe en la literatura y en el arte desde siempre. El tópico del locus amoenus que encontramos en Homero se ha revisitado a la largo del tiempo en diversas modulaciones acorde con las concepciones del arte. Sólo que ahora se le ha agregado un factor nuevo: la naturaleza y el paisaje, el entorno natural, cada vez se ve afectado por la incuria y negligencia del ser humano para con la casa común, tal como lo ha recordado el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’ (Sobre el cuidado de la casa común, 2015) que pone énfasis en esta problemática del mundo actual. De allí que la ecocrítica “tiene también un interesante ingrediente de concienciación y formación social que, sin duda, debemos valorar en estos inicios del siglo XXI en los que han saltado las alarmas en cuanto a la sostenibilidad ambiental de nuestro planeta”.
El proyecto escriturario de la poeta viñamarina Leonora Lombardi que ha venido desarrollando desde hace un tiempo, está circunscrito bajo los parámetros de la ecopoesía. Sin embargo, ya en su primer poemario, Cardoscuro (2013), esta actitud dialogante con la naturaleza está presente en su quehacer poético. Como lo advertimos en su oportunidad, la palabra cardo unida a oscuro formando una nueva expresión provoca, efectivamente en el lector, que estamos frente a “otro canal” expresivo. Acá la visión de la naturaleza acompaña a la hablante lírica en su devenir existencia marcada por el dolor y la nostalgia de lo ido. El cardo es un sustantivo que designa a una planta de hojas espinosas. Mientras que el adjetivo oscuro connota lo que tiene poca claridad o luminosidad, o que carece de ella. En una suerte de compensación vitalista, la hablante lírica ve en la naturaleza la recuperación existencial. Una visión panteísta y la sacralización del ambiente natural llevan a la enunciante a hacerse una con el espacio natural. Esta recurrencia de la presencia de la naturaleza en los poemas de Lombardi la emparientan, sin duda, con la poesía lárica de los sesenta, con los poemas mistralianos referidos a la naturaleza o a las odas nerudianas o con la ecopoesía de hoy. Lo mismo acontece con su poemario Flora y fauna poética (2015), un libro que está centrado fundamentalmente en este diálogo que realiza la autora con el entorno natural; en este sentido, la obra se organiza como una verdadera antología de las hojas, los árboles y los arbustos, las flores, de las aves, los mamíferos, los peces y los moluscos de esta larga y angosta faja de tierra.
El tercer poemario que hemos leído de Leonora Lombardi está ligado al recién citado, pues se titula Flora y fauna poética II (Viña del Mar: Ediciones Altazor, 2017) y es una continuación y complementación de la anterior tematización de lo natural; sólo que está vez centra su mirada con mayor detención en las frutas y verduras, y en una segunda sección en la aves. Desde una perspectiva genésica su mirada recupera lo acontecido en el día tercero y el día quinto de la Creación. Los poemas de Lombardi tienden a la actitud enunciativa. Los textos se despliegan como un relato ante el lector con la configuración de los versos libres. La mirada de la enunciante lírica se posiciona de una determinada fruta, verdura o ave y comienza el proceso de su aprehensión poética. En este despliegue de la situación comunicativa, la hablante se solaza y se maravilla ante el objeto poético, como en “Membrillo”: “Cuando te vi/ Con tu abrigo de suave paño/ Más te amé/ Membrillo amado/ Pero no quiero hablar de ti/ En función de mí/ De un nosotros del que no puedo escapar/ De un centrípeto nosotros…” Como se advierte en la lectura de los diversos poemas hay –sin duda- una complicidad de la enunciante lírica con el mundo natural que lleva a la posesión de la casa natural. Esta actitud –además- ecológica, está transmutada mediante el lenguaje en los diversos momentos de la escritura; característica que habíamos advertido ya en sus anteriores poemarios: “Entre la rala sombra de un cajón de Azapa/ Una frágil rama decidida se despeña/ No hay rama tan decidida/ En esta sequedad nortina/ Es la cola de un picaflor cora/ Que alegra el tamarugal/ Con su cola de verde tallo iridiscente/ Es la belleza de un picaflor de cora…”
Por último, cabe señalar que Leonora Lombardi dentro del espectro de la poesía se ha ido prefigurando como una apologeta de la flora y la fauna donde el recuerdo y la evocación son primordiales en la constitución poética del entorno natural. La poeta mantiene este diálogo prístino –genésico- con una naturaleza amenazada por la incuria del ser humano. De allí que cada uno de los poemas puedan ser considerados verdaderas odas al entorno natural. Este poemario nos muestra una creación lírica que posee esta misma cualidad tan difícil de conseguir: la claridad y luminosidad de las imágenes para mostrar lo que para el resto del mundo pasa desapercibido: la maravilla de la Creación que es nuestra casa común.
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