La portada presenta a algunas deidades teniendo como trasfondo el Olimpo o, simplemente, la cordillera de Los Andes como la imagen de aquel espacio divino, pero ahora criollo en un país denominado Chile y centralizado en una ciudad metropolitana como Santiago. De esta forma, la capital del Reyno de Chile se transforma en el cronotopo de las historias desplegadas por los narradores en las instancias narrativas que componen el corpus.
Texto e imagen, por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
Sorprendentemente, cuando recibí este libro pensé que era una voluminosa novela de más de seiscientas páginas con una letra pequeña y apretada en su formato físico. El texto venía con una dedicatoria del autor donde explícitamente se refiere a la obra como una novela. Sin embargo, por ninguna parte aparece la mencionada palabra en los créditos editoriales. De este modo, me puse a revisar página por página antes de la lectura y, entonces, descubrí que tiene cuatro segmentos escriturarios, aparte de una apertura y una conclusión. La ausencia de un índice o un mapeo del contenido contribuye a un equívoco discursivo. Se trata de novelas breves engarzadas por un eje conductor, cuya referencialidad está en el título del libro.
La palabra panteón en nuestro idioma tiene a lo menos dos significados. El primero alude a los monumentos funerarios donde se depositan los restos de varios cuerpos mortuorios. La segunda acepción se refiere a las divinidades de una religión que habitan un espacio sagrado en las alturas. El Olimpo griego es uno de ellos dentro de la mitología. Generalmente, el panteón en este segundo caso alude a las religiones no reveladas. En este sentido, el texto de Guaita focaliza su interés discursivo en este Olimpo que se transforma en criollo. La portada presenta a algunas deidades teniendo como trasfondo el Olimpo o, simplemente, la cordillera de Los Andes como la imagen de aquel espacio divino, pero ahora criollo en un país denominado Chile y centralizado en una ciudad metropolitana como Santiago. De esta forma, la capital del Reyno de Chile se transforma en el cronotopo de las historias desplegadas por los narradores en las instancias narrativas que componen el corpus. Sin duda, que Guaita se inscribe en la larga tradición escrituraria de autores que han ficcionalizado a la ciudad capital desde el siglo XIX hasta el presente. Para bien o para mal, Santiago de Chile es una caja de pandora cuando se la configura como lucus, el lugar, ya no solo amoenus sino también horribilis.
El texto -los textos- de Guaita tienen una referencialidad illo tempore, estos son, la mitología griega clásica. No cabe la menor duda de que es la mitología por excelencia para el Occidente. La Teogonia, el poema de Hesíodo del siglo VIII o el VII a.C. es la matriz discursiva del panteón griego. Guaita en sus relatos hará uso ficcional de estas divinidades trasponiéndolas a un espacio y tiempo diferentes. Por tanto, en este momento, se constituye la materialidad narrativa de Guaita mediante una imaginación deconstructiva y surrealista, si se quiere, para sumergir al lector en unas historias sorprendentes, casi esperpénticas, donde es posible detectar la confluencia de los soportes de lectura que Guaita debe tener como escritor. Probablemente, que el José Donoso de El obsceno pájaro de la noche está omnipresente, o los relatos de Howard Phillips Lovecraft, y todos aquellos que anduvieron por terrenos donde reinan los mundos oscuros, tenebrosos y enigmáticos, incluido el gran E. A. Poe, además de otros más modernos dentro de la narrativa gótica, fantástica y de terror.
Me parece que en Guaita están los constructos narrativos de la poética esperpéntica de Ramón del Valle Inclán, quien hacia 1920 -es decir, en pleno aparecer de las vanguardias artísticas-, mostró una manera de interpretar la realidad donde esta se deforma acentuando sus rasgos grotescos. La narratividad de Guaita es esperpéntica. Esto no es un demérito, sino por el contrario un acierto. Santiago un esperpento donde los dioses olímpicos está reencarnados en sujetos inmersos en una modernidad decadente. El texto de Guaita -mejor dicho, los textos- tienen el acierto de recoger mediante el lenguaje, precisamente el lenguaje de la tribu en que están insertos los dioses del Olimpo. Los textos están plagados de coprolalias, lo que resulta irónico proveniente de las deidades encapsuladas en sujetos criollos. Estas divinidades van configurando el marco de las historias donde están, además, el acervo mitológico chilensis como chinchineros brujos y otros especímenes. El libro de Guaita -o él como creador- sabe manejar los resortes escriturarios y como se trata de una reescritura de lo clásico, subvierte el canon, sin dejar por cierto de ocuparlo. Los cantos en versos iniciales a cada núcleo narrativo no son más que un guiño al tópico de la invocación a las musas que vienen desde Homero en adelante. Sólo que esta invocatio es posmoderna y deconstructiva, irrisoria. Pero todo vale en la propuesta escrituraria de Guaita. Estamos dentro de un espacio tiempo inusitado donde la cuenca sólo espera el final. De las historias leídas me quedo con la primera sobre El detective y la Ninfa perdida. Una historia casi surrealista, pero que tiene un trasfondo realista, casi de literatura criollista. Paquito, el niño que narra es insuperable. En el segundo relato se tematiza el nuevo Olimpo en una calle de Santiago donde se reúnen Samuel con sus hermanos, dioses enviados a un futuro torturante. La tercera novela corta nos despliega la historia de una Sirena y cómo el famoso canto de estas deidades que capturaban y hechizaban a los navegantes, y que sólo Ulises pudo escuchar, se transforma en un canto mercantil. El siguiente relato, nos conecta con la figura de Narciso, transformado en un doctor que da la belleza a quien lo desee, previo pago de honorarios también mercantiles. Por último, en la última historia el lector se encontrará con un Santiago transformado en una especie de Purgatorio donde la presencia de la Muerte es radical. En los cinco espacios discursivos las modulaciones discursivas se entrelazan. Me refiero a las constantes narrativas tematizadas, pues los constructos que sirven de pivote al desarrollo de las historias, de las tramas, de los motivos, de los espacios, de los tiempos, de los personajes, de los narradores, apuntan a una visión esperpéntica y gótica donde todo es posible. El registro del plano del lenguaje es destacable en cuanto habla de los personajes o de los enunciantes, pues nos sitúa en el Santiago posmoderno, pero que aún está en una modernidad aparente.
El texto -el volumen de las más de seiscientas páginas-, no sé si a cualquier lector le gustará. Esta es pura subjetividad. El primer relato es como la apertura. Si te agradó, sigue adelante, sino déjalo -pues uno de los derechos del lector es a no terminar un libro, Daniel Pennac, dixit. Que Diego Guaita tiene una imaginación desbordante salta a la vista y se le agradece como lector crítico.
(Diego Guaita Searle. Panteón criollo. Santiago: Ediciones Mañosas. 2024. 621 pág.).
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