Como siempre ocurre en la escritura del microrrelato los narradores poseen una mirada donde no está ausente la ironía o la sorpresa lúdica en el tratamiento de las historias. Están son mínimas en cuanto a número de caracteres, a veces, un microrrelato se complementa con el siguiente. En cada uno de ellos la destreza escrituraria e imaginativa de Muñoz Valenzuela es evidente y engancha al lector de forma inmediata. La intertextualidad se hace presente como también la reescritura.
Texto e imagen, por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
No me cabe la menor duda que con toda certeza puedo aseverar que a estas alturas del desarrollo de la minificción en Chile y en Hispanoamérica el nombre de Diego Muñoz Valenzuela es una marca registrada. En cuanto tal, el escritor nacido en Constitución en 1956, se ha convertido verdaderamente en un maestro en el género del tercer milenio, como alguien lo denominó hace algunos años. Este género que, en realidad, es un subgénero narrativo -y el prefijo no es peyorativo, sino lo contrario- se le ha denominado de diversas formas. A quien escribe le gusta la denominación de microrrelato, tal como lo hemos comentado en más de una oportunidad. Lo esencial del microrrelato es la narratividad -David Lagmanovich, dixit– en otras palabras, que en el proceso escriturario esté presente lo que es fundamental de lo narrativo: una secuencia de acontecimientos que tienen un sentido acabado en su hiperbrevedad discursiva. El microrrelato es un cuento breve llevado in extremis, que puede ser leído en una sala de espera de una sola sentada, o mientras vamos en el autobús o en el metro. Si el cuento gana por nocaut, el microrrelato lo hace por un doble golpe. Es lo que sucede con el libro Universos imposibles. Ciencia y minificción de Diego Muñoz Valenzuela, recientemente publicado en México.
El título de la obra de nuestro autor -si es que no supiéramos quién es él en el ámbito de la literatura- podría pasar por un tratado científico por los términos o palabras claves como universos y ciencia, pero que se encuentran acompañadas por el vocablo minificción que permite visualizar al lector que entrará a un mundo paralelo. El adjetivo calificativo de imposibles nos va preparando para ingresar a un espacio insospechado, propiamente de la ficción: lo literario. La portada también es un paratexto que adopta las imágenes de figuras geométricas que siempre han tenido un sentido simbólico. La simbiosis presentada por el autor entre la minificción -el microrrelato- y la ciencia en un sentido amplio de su significación, nos permiten percibir en qué estamos en los tiempos actuales. Diego Muñoz Valenzuela tiene entre sus programaciones narrativas, precisamente, este aspecto de lo científico o del devenir inmediato de la ciencia en el quehacer humano.
El tema de la cientificidad en la producción escrituraria del escritor ya está presente en sus novelas, como aquellas que tratan el asunto de los cyborg y los androides. En consecuencia, Muñoz Valenzuela incursiona en una suerte de ciencia ficción, pero que ahora comienza a hacerse realidad. Por allí, entre las páginas aparece la presencia de la denominada Inteligencia Artificial. Interesante problematización que no había experimentado hasta que hace algunos días una persona me hizo una demostración en su aparato celular. No sé si se llama aplicación o de otro modo. Lo cierto es que me pidió una palabra clave que una vez puesta dio como resultado un discurso con cohesión y coherencia textuales realmente impresionante. Los universos imposibles, ya lo son. En el transcurso de la lectura del libro de Muñoz Valenzuela me resonaban lecturas remotas de Hugo Correa o Antoine Montagne -en Chile- o de Ray Bradbury o de Arthur C. Clarke en la literatura extranjera -Montaigne era un seudónimo de un escritor nacional que incursionó en el ámbito temático en que se inserta la escritura de esta obra reciente del autor en comento.
El libro de Diego Muñoz Valenzuela está estructurado sobre la base de 11 segmentos escriturarios en que el autor va tematizando diferentes modulaciones en que ciencia y ficción se entrecruzan, amalgaman o fusionan. Como siempre ocurre en la escritura del microrrelato los narradores poseen una mirada donde no está ausente la ironía o la sorpresa lúdica en el tratamiento de las historias. Están son mínimas en cuanto a número de caracteres, a veces, un microrrelato se complementa con el siguiente. En cada uno de ellos la destreza escrituraria e imaginativa de Muñoz Valenzuela es evidente y engancha al lector de forma inmediata. La intertextualidad se hace presente como también la reescritura. Las tematizaciones son diversas. El libro es un parvus tractatus sobre asuntos, motivos, personajes, creaturas, imaginarios, teorías, creencias que rodean al ser humano y que han estado siempre presentes en el devenir del tiempo, a saber, los límites de la realidad, el origen de la vida humana -darwinismo, incluido-, la dimensión espacio temporal, la religiosidad -ateísmo como pivote o la increencia- la búsqueda de la verdad, la tecnología tan presente en el mundo actual donde aparecen los seres otros –cyborg-, entre otros temas. Los segmentos narrativos se agrupan bajo estos subtítulos: Filosofía de la ciencia, Dimensión del tiempo, Geometrías carnales, Decadencias geométricas, Futuro cercano, Distopías y cataclismos, Relatividad especial, Otros mundos, Computaciones locas, Abominaciones y Ateísmo.
Una pequeña muestra de microrrelatos para incentivar la lectura. Sin duda que estamos inmersos en el mundo de la virtualidad. Todo está en Google: “Se buscó en el Google. No encontró nada. Sus manos comenzaron a evaporarse sobre el teclado. Pronto desapareció por completo”. Una conexión con un filme de hace algunas décadas, pero que siempre es actual: “El mosquito atrapado en el ámbar soñó con la inmortalidad. Recién había pinchado a un Tiranosaurio Rex y vislumbró la posibilidad de una exitosa película, millones de años adelante en el futuro”. La ironía subyacente: “El alienígena descubrió la Tierra: analizó el destrozo sistemático del ambiente, las guerras terribles, la opresión y la desigualdad extrema. Tras breve análisis, destruyó el planeta. Ergo, no existe vida inteligente en otros mundos. Acá tampoco”. Intertextualidad posmoderna: “El hidalgo cabalga el caballo de hierro cuyos ojos están cubiertos por lentes oscuros de marco metálico…” (Don Quijote y Clavileño). Un aforismo ateo: “Dios no cree en mí. En reciprocidad, yo no creo en él”.
En síntesis, coincido con la prologuista del texto de Muñoz Valenzuela: cada lector/a encontrará cuál de los segmentos le apetece. Lo que sí es efectivo es que el autor afianza su condición de maestro en este formato genérico y escriturario.
(Diego Muñoz Valenzuela. Universos imposibles. Ciencia y minificción. Ciudad de México: La Tinta del Silencio. 2023. 89 pág.)
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