El epistolario de los cuatro escritores -un mexicano, un peruano, un argentino y un colombiano- está constituido por 207 misivas, aunque también hay unos cuantos otros formatos escriturarios como postales, telegramas y faxes. Todo lo anterior corresponde a lo que hoy se denominan los géneros referenciales.
Crónica e imagen, por Eddie Morales Piña. Crítico literario.
La palabra cuarteto en nuestro idioma tiene varias acepciones. En esta crónica la utilizamos como el conjunto de cuatro personas con intereses comunes. El cuarteto en este sentido más el complemento del nombre que la acompaña en el título se refiere a cuatro integrantes del denominado Boom de la literatura hispanoamericana, que aconteció promediando la década de los sesenta y principios de los setenta y que significó una eclosión, una erupción de la narrativa -la novela, strictu sensus– en el ámbito de dicha producción en el ámbito universal. Los cuatro de la fama eran Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez -los nombro en el orden con que aparecen en la composición fotográfica de la portada del libro que reúne la correspondencia que sostuvieron entre 1955 y 2012 y que ha sido recientemente publicada. El intercambio epistolar lo inicia Carlos Fuentes -el notable escritor mexicano- en el año indicado dirigida la misiva a Cortázar, y acaba con el mismo Fuentes en una breve comunicación a García Márquez con ocasión de sus 85 años donde se despide como “tu cuate”. Cortázar falleció el 12 de febrero de 1984, Fuentes el 2012 y García Márquez el 2014. El libro antológico o recopilatorio del carteo de ellos es muy interesante para comprender y entender qué significó en la historia de la literatura hispanoamericana la emergencia de una serie de novelistas con obras que vinieron a descentrar y a ensanchar el horizonte de expectativas de los lectores/as , dejando atrás una novelística donde los cánones o principios de un realismo a ultranza con ribetes naturalistas o de otra índole estaban siendo superados por un nuevo tipo de sistema escriturario para comprender e interpretar la realidad.
El mencionado Boom fue un fenómeno editorial que retumbó más allá de las fronteras de nuestra América y se desplegó por el continente europeo y Norteamérica además de otras latitudes donde la novelas fueron traducidas a inimaginables idiomas y agotaban múltiples ediciones en pocas semanas. En realidad, no se había conocido una semejante situación librera. La palabra Boom la acuñó, según me entero en una de las misivas, Luis Harss, el autor de un libro canónico que se llamó Los nuestros, una serie de entrevistas donde aparecen los del cuarteto más otros seis escritores latinoamericanos y que fuera publicado en noviembre de 1966-. Según uno de los autores de las cartas, el Boom lo hicieron más bien los lectores que se devoraban todas las novelas que iban surgiendo de esta pléyade de escritores -y también hubo mujeres como Marta Traba o Cristina Peri Rossi, aunque el Boom parecía un club de Toby, donde estaba el cuarteto, y al que ingresaban el chileno José Donoso o Jorge Edwards-. De más está decir que Donoso publicó en 1972 un libro testimonial acerca del Boom donde están los cuatro que se cartean casi cotidianamente y que llamó Historia personal del Boom. Seguramente que el autor chileno de emblemáticas novelas tiene que haberse escrito con aquel cuarteto, donde la figura de Carlos Fuentes pareciera ser el motor o el engranaje principal para mantener aglutinado al grupo en que Cortázar con su impronta de un Dorian Gray era el cronopio mayor en edad biológica. Es lo que se desprende de la lectura de las cartas.
El epistolario de los cuatro escritores -un mexicano, un peruano, un argentino y un colombiano- está constituido por 207 misivas, aunque también hay unos cuantos otros formatos escriturarios como postales, telegramas y faxes. Todo lo anterior corresponde a lo que hoy se denominan los géneros referenciales. Las cartas son esencialmente componentes de esta forma de escritura de vieja raigambre en la cultura universal. Las misivas tienen un destinatario específico quien responde y se va desplegando una suerte de intrahistoria entre quienes dialogan. En las cartas del cuarteto se establece una especie de tejido escriturario donde se entrelazan las vivencias de Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y García Márquez. De este modo, nos vamos enterando de los entretelones del Boom y del modo cómo este se fue constituyendo a medida que iban apareciendo las novelas -ahora canónicas- como Cien años de soledad, La región más transparente, Rayuela o La ciudad y los perros– o los proyectos de escrituras que cada uno de los mencionados mosqueteros tenían en mente o ya estaban planificando -los mosqueteros no eran tres, sino cuatro-. De la lectura de este voluminoso texto se desprende que entre el cuarteto había una forma de complicidad centrada en la amistad, la confraternidad y la hermandad. En muchas cartas se nota este entrelazamiento afectivo, que ni siquiera las diferencias respecto a la contingencia política de aquellos años pudieron ensombrecer -incluido el episodio entre Vargas Llosa y García Márquez. Un lector/a atento se dará cuenta de cómo se van modificando los vocativos iniciales de las epístolas, así como las fórmulas de despedida. Desde el usteo pronto pasarán al tuteo; desde el querido, al muy querido; como también aparecen fórmulas como maestro. Fuentes, normalmente, se despedía como “el cuate”, y entre ellos se mandaban saludos a las mujeres e hijos, a las familias.
Entre las cartas, sin duda, que se nos van mostrando las personalidades de sus enunciantes. Carlos Fuentes aparece como un intelectual que no sólo habla de literatura, sino que se maneja en otras artes como el Cine, así como García Márquez es más pragmático y trasluce una forma de ser casi como los protagonistas de su novela de 1967 –Cien años-. Tanto el mexicano como el colombiano tenían en común el cine, pues escribían guiones de películas. Aunque los cuatro mantenían una relación con el Séptimo Arte. Entre los ensayos, está la reflexión que le provocó a Vargas Llosa la versión cinematográfica de un cuento de Cortázar –Las babas del diablo–, adaptado por Antonioni con el título de Blow-Up. Cortázar, por su parte, nos deslumbra con unas cartas que son verdaderos ensayos literarios, mientras que Vargas Llosa es el joven escritor que se va posicionando en la órbita de la escritura con un dominio insuperable de ser un creador que arrasa con diversos premios literarios. De la escritura de las cartas se desprende que entre ellos había una conjunción en torno a la Literatura y que estaban marcando un hito insoslayable -no cabe la menor duda que así fue. Entre ellos se daban aliento y consejos y tomaban acciones que mostraban aquella conexión esencial. Se perseguían en las movilidades espaciales que tenían a través de las cartas que intercambiaban. No siempre la recibían a tiempo porque ya no estaban en el lugar en que decían que estaban -casi fantástico como los cuentos de Cortázar. En esta fraternidad de mosqueteros, los cuatro se comentaban y criticaban las obras a punto de ser publicadas porque las leían en la escritura a máquina, o bien cuando estas se encontraban ya publicadas las ponderaban.
Siempre pensé que aquella frase de García Márquez sobre la motivación de escritura de la estirpe de los Buendía era un mito generado en el transcurrir del tiempo. También creía que el elogio de Fuentes al leer las primeras cuartillas de los Cien años era una leyenda dentro del espacio del imaginario del Boom donde todo parecía estar entre lo fantástico, lo real maravilloso o el realismo mágico. El 15 de abril de 1966, Carlos Fuentes le escribió a Gabriel García Márquez: “Magister magnífico! Tus primeras 70 cuartillas de Cien años de soledad son magistrales, y el que diga o insinúe lo contrario es un hijo de la chingada que deberá responder a los sangrientos puñales de largo alcance del joven escritor gótico C. Fuentes”. En las cartas se encuentra todo el engranaje de lo que fue el Boom. El año 1967 leí la novela que llevó a García Márquez a las alturas -como Remedios, la bella- y quedé deslumbrado al igual que Fuentes.
La edición de las cartas del cuarteto del Boom de la literatura hispanoamericana ha sido un acierto. Es un placer del texto leer las misivas, así como los ensayos y entrevistas que están en el apéndice cuyos autores son los cuatro, así como los documentos finales que nos sitúan en el contexto y en la contingencia en que ellos estuvieron inmersos. El libro lo leí cortazarianamente, siguiendo una imaginaria tabla de direcciones. Del cuarteto queda solamente Vargas Llosa -el último mosquetero-, quien continúa bregando con la escritura como aquel novel autor que sólo quería dedicarse a la Literatura hace décadas atrás.
(Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez. Las cartas del Boom. Edición de Carlos Aguirre, Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong Campos. Barcelona. Alfaguara. 2023. 562 págs.).
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