El texto al que estamos aludiendo en esta crónica recoge una serie de escritos referidos a la cultura gala publicados en diversos medios que concluye con el discurso en la Academia francesa. En este sentido, Vargas Llosa ha expandido su pensamiento como escritor e intelectual en los diarios y revistas.
Crónica e imagen, por Eddie Morales Piña, crítico literario.
No cabe la menor duda de que el escritor Mario Vargas Llosa ha tenido y tiene una relación muy cercana a la cultura francesa, especialmente a la literatura de aquel país. Lo anterior ha quedado demostrado en múltiples artículos y ensayos donde despliega su admiración sobre autores y obras del país galo, entre ellos su venerado Gustave Flaubert. Todo esto ha culminado en su incorporación a la Academia Francesa en febrero de 2023, donde pronunció un discurso en que realiza la laudatio o elogio de Michel Serres a quien reemplazó en la silla número 18 de la academia. Argumenta que nunca lo conoció, pero leyó la mayoría de sus libros y dice que le tiene simpatía y solidaridad. En este mismo discurso, el Nobel nacido en Arequipa en 1936, se refiere a su intrahistoria en relación con Francia desde que se enfrascó en el conocimiento de su literatura -incluido el aprendizaje de la lengua- y cómo esta ha incidido en su propia creación, como también reflexiona acerca del pensamiento filosófico de los autores que han sido un paradigma en el siglo XX y en tiempos llamados posmodernos. Evidentemente que está Jean Paul Sartre, Albert Camus, George Bataille, Raymond Aron y Jean-François Revel que de alguna manera le mostraron lo que significa ser un intelectual público. Pero también en las páginas de esta obra recopilatoria de textos suyos acerca de la cultura francesa se aparecen nombres como Michel Foucault y otros pensadores con los cuales dialoga y entra en una suerte de crítica.
Vargas Llosa -esto es incuestionable- es un intelectual. No sólo ha dedicado su vida a escribir diecisiete novelas, algunas de las cuales son insoslayable al momento de detenerse en la historia de la narrativa hispanoamericana contemporánea. Como en todo autor/a, esta producción tiene sus cotas -altura o nivel- que la crítica académica ha analizado en profundidad y ha dado origen a múltiples tesis universitarias a nivel planetario. Vargas Llosa por su sola obra narrativa tiene un cupo entre los autores de la literatura universal que ha marcado una impronta desde que ganara -siendo muy joven- un importante premio con su novela La ciudad y los perros. Desde allí al Nobel ha tenido una larga historia donde, además, se va apareciendo el hombre que paulatinamente se aleja de aquello que en un principio formó parte de su condición de escritor e intelectual -su pensamiento político, por ejemplo. Por otra parte, tiene una importante lista de ensayos -diez libros- desde García Márquez: historia de un deicidio hasta La mirada quieta (de Pérez Galdós).
El texto al que estamos aludiendo en esta crónica recoge una serie de escritos referidos a la cultura gala publicados en diversos medios que concluye con el discurso en la Academia francesa. En este sentido, Vargas Llosa ha expandido su pensamiento como escritor e intelectual en los diarios y revistas. La mayor parte de estos artículos o ensayos fueron dados a conocer en El País de España. La prosa del Nobel es envolvente. En otras palabras, su forma de captar la atención del lector/a -el viejo tópico captatio benevolentiae– lo conoce muy bien. La exposición de las ideas responde a una argumentación contundente donde queda demostrado a cabalidad lo que desea ofrecer al lector/a que puede estar o no de acuerdo con lo manifestado. Los artículos que adquieren la forma de verdaderos ensayos -algunos más extensos que otros como los dedicados a Bataille, a El mandarín, que no es otro que Sartre, a Camus o a Revel- nos van revelando la profundidad del conocimiento que posee el autor al momento de establecer el diálogo con autores y obras del ámbito francés en este caso. De lo anterior se desprende que Vargas Llosa ha sido un enamorado de Francia desde sus inicios como lector, pues sus primeras pasiones literarias -como dice el prologuista- fueron Julio Verne y Alejandro Dumas, y más tarde llegaron Victor Hugo y, además no pudieron estar ausentes otros autores transgresores como el marqués de Sade que le dieron el aporte del espectro de las novelas eróticas en las configuraciones de sus novelas donde aparece este tópico como uno de sus ingredientes.
Vargas Llosa siempre se ha declarado un flaubertiano. Cuando llegó a París en 1959 lo primero que hizo fue adquirir una copia de la novela más célebre del escritor realista Gustave Flaubert, Madame Bovary y, según ha contado, la leyó compulsivamente. Andando los años, le dedicó un ensayo imprescindible, necesario, que lleva por título una denominación transgresora: La orgía perpetua. Quienes hayan tenido la oportunidad de leer este texto recordarán que se trata de un exhaustivo análisis de la novela desde el punto de vista de su estructura narrativa sino también del contexto en que esta se generó. Carlos Granés, el prologuista, sostiene que, en aquella novela de Flaubert, Vargas Llosa “descubrió el tipo de escritor que quería ser, realista, un experto en fingir la realidad, no la fantasía”. Con el transcurrir del tiempo, su formación intelectual se fue acrecentando con sus estudios literarios que dio por resultado una visión particular de lo que él entiende por literatura y cuáles son los códigos que entran a formar parte de un texto narrativo. Frases como el elemento añadido, la verdad de las mentiras, la novela total, el autor como un deicida son reconocidas formas que pondrá en práctica en su producción novelística y cuando aborde como crítico a autores como García Márquez, Onetti, Arguedas, o Victor Hugo y Flaubert, como hemos indicado. Al autor de Los miserables le dedicó un ensayo titulado La tentación de lo imposible que es un estudio contundente e insoslayable. Efectivamente, este es un aspecto interesante en su trabajo intelectual, la crítica literaria. En el discurso a la Academia francesa, manifiesta que “la función de la crítica es insustituible y los primeros en saberlo fueron los escritores franceses, empezando por Sainte-Beuve (…) La crítica sin la literatura, o la literatura sin la crítica, es tiempo perdido, desperdiciado y malgastado”. En este libro recopilatorio -una antología francesa-, Vargas Llosa dedica una crítica literaria a una novela de un escritor francés reciente, Michel Houellebecq titulada Sumisión donde es demoledor en sus juicios como crítico: “Aunque la trama está muy bien montada y se lee con interés que no decae, a ratos se tiene la impresión no de estar enfrascado en una novela sino en un testimonio psicoanalítico…”.
Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa es una obra que se lee con sumo interés por los varios temas, obras y autores en que nos sumerge Vargas Llosa con la experticia que le han dado los años como intelectual y escritor conocedor de la literatura y de la cultura gala. En el discurso académico dice que “la literatura francesa fue la mejor y sigue siéndolo”, pues ha sido “la más osada, la más libre, la que construye mundos a partir de los desechos humanos, la que da orden y claridad a la vida de las palabras, la que osa romper con los valores existentes, la que se subordina a la actualidad, la que regula y administra los sueños de los seres vivos”. En definitiva, la recopilación y selección de estos escritos muestran la devoción hacia la cultura francesa que lo condujo sin él imaginarlo cuando era un incipiente escritor que llegaría a ocupar la silla número 18 de los inmortales.
(Mario Vargas Llosa. Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa. Prólogo de Carlos Granés. Madrid, España. Alfaguara. 2023. 281 págs.).
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