En 1982 emergió en la escena literaria una novela que marcó un hito en la literatura hispanoamericana y, por tanto, en la chilena contemporánea. Han pasado cuarenta años de la publicación de La casa de los espíritus de Isabel Allende, la escritora chilena, que se abría paso en el concierto de la narrativa con esta su primera novela. Lo que ella, probablemente, nunca se imaginó fue el éxito editorial que iba a tener la saga de la familia protagonista de la historia.
Texto de Eddie Morales Piña. Crítico literario. Imagen referencial, sitio Memoria Chilena.
El escritor italiano Italo Calvino en un texto memorable daba las razones de por qué leer y releer a los clásicos con varias argumentaciones de cuándo un autor y su obra se transforman en un imperdible, como diríamos casi coloquialmente. Sin duda que traspasar la barrera del tiempo y mantenerse tan lozano como en el momento de su irrupción en la órbita literaria -nos referimos al texto- nos deja frente a un clásico. Del mismo modo, cuando una obra es leída y vuelta a leer en más de una oportunidad por más que uno sepa ya el desarrollo de los eventos o de la historia narrativa, y siempre encuentra el deleite de la lectura como si fuera la primera vez que nos enfrentamos al relato es un clásico. En el caso del título del título de esta crónica estamos en el plano del género narrativo, lo que se hace extensivo a los otros formatos genéricos de la literatura. Alcanzar esta connotación -una obra clásica- ubica al autor/a en un canon, es decir, en una suerte de prestigio estético.
En 1982 emergió en la escena literaria una novela que marcó un hito en la literatura hispanoamericana y, por tanto, en la chilena contemporánea. Han pasado cuarenta años de la publicación de La casa de los espíritus de Isabel Allende, la escritora chilena, que se abría paso en el concierto de la narrativa con esta su primera novela. Lo que ella, probablemente, nunca se imaginó fue el éxito editorial que iba a tener la saga de la familia protagonista de la historia. Es indudable que a estas alturas de la producción narrativa de Allende ha quedado demostrado la prodigiosa imaginación de la escritora que ha dado frutos abundantes. Lo interesante de su narrativa es que ella logra transitar por diversos formatos escriturarios y tipologías narrativas desde novelas históricas pasando por las de aventuras y las de investigación policiaca, por nombrar algunas. La imaginación de Isabel Allende es prolífica y proliferante, teniendo la cualidad de enganchar en forma inmediata con el/la lector/a que se enfrenta a uno de sus textos. Durante algún tiempo la crítica la miraba con recelo -y aún es posible ver aquello-, pues veían en su narrativa una especie de best seller, un tipo de literatura sin mayores problematizaciones textuales en la estructuración de sus relatos o en su temática. Sin embargo, Allende conquistó a los/as lectores/as no sólo en español, sino que se hizo leer en otras lenguas. Y todo comenzó con la novela cuyo aniversario cuadragésimo se celebra este 2022.
En un principio se le achacó a la escritura allendista una fuerte relación con la garcimarquiana, y poco menos que La casa de los espíritus era casi una versión femenina de la canónica novela del autor colombiano, esto es, Cien años de soledad. Frente a aquello corrieron ríos de tinta, como se decía antaño. Evidentemente que hay relaciones intertextuales entre ambas novelas -como el tema de la saga familiar o de la estirpe-. En la literatura dicho fenómeno es casi una forma tópica, por tanto, no hay que extrañarse de dicho juego imaginativo. Lo mismo vale respecto a la presencia de elementos de índole mágico-maravillosos o el uso de una retórica del lenguaje como el anuncio de asuntos que ocurrirán después en el tiempo narrativo -los teóricos la denominan prolepsis narrativa. Estos fenómenos discursivos son una constante en la narrativa de nuestra autora.
Lo que la crítica literaria ha determinado -especialmente en los estudios que sobre su obra se han llevado a cabo- es la presencia significativa y estructurante del papel de la mujer en las historias narradas. Se trata de una escritura en que prevalece dicha perspectiva femenina y feminista, de tal manera que sus novelas tienen un trasfondo más allá de la mera anécdota de los eventos imaginarios. La crítica académica -al final tuvo- que focalizar su interés en la producción de Isabel Allende y la posicionó como una autora con proyectos narrativos diversos, pero que siempre ahondan en la problematización de la mujer en cualquiera de las épocas en que se sitúe la historia. Por otra parte, hay una relación entre Historia y ficción -cuestión también relevante en el devenir de la literatura universal-, que es interesante en la escritura de la novelista chilena.
La casa de los espíritus -como se puede prever- es ya un clásico de la literatura donde se retoma la imagen de la casa como una metáfora del país y donde la recurrencia de la memoria es fundamental para concretar los espacios y tiempos en que se mueven los personajes y los protagonistas, con un Esteban Trueba como la modelización autoritaria del señor de la querencia, y donde Nívea, Clara, Blanca y Alba son los personajes que sostienen el transcurso de la historia de las cuatro generaciones de los Trueba.
En sus cuarenta años, La casa de los espíritus, mantiene su vigencia, y como decía Calvino, leerla ahora es como si fuese la primera vez: un relato que abrió las puertas a la producción novelesca de Isabel Allende que resulta ahora ser una autora insoslayable.
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