La lectura de dos recientes obras de diferentes y diversas facturas escriturarias no hacen más que confirmar nuestra aseveración: Valparaíso es y seguirá siendo un acicate para la conformación de relatos que lo tienen como motivación temática. Se trata de un volumen de cuentos y una novela. Lo que tienen de común es, simplemente, el espacio: Valparaíso.
(Texto e imagen por Eddie Morales Piña)
Desde hace mucho tiempo, indudablemente, Valparaíso se transformó en un lugar digno de ser tematizado en las diversas expresiones del arte, entre estas la Literatura. En otras palabras, el denominado Puerto principal se ha constituido en un verdadero cronotopo siguiendo la nomenclatura de Mijail Bajtin. Un espacio-tiempo donde confluyen las historias modelizadas de acuerdo al momento de la emergencia de la historia literaria. En este sentido, Valparaíso se convierte en un motivante de la ficcionalización escrituraria; ya no sólo es un espacio geográfico que posee un historial recogido por el documento histórico, sino lo que es más significativo es un nombre que por sí mismo tiene repercusiones que van más allá del mero dato historiográfico. Valparaíso como un espacio-tiempo literario donde pueden acontecer diversas situaciones que escapan al devenir cotidiano. Tal vez, Valparaíso, en su misma constitución geográfica y en su nombre esconde el espíritu que lo hace entrañable. Valparaíso, mi amor, como diría Aldo Francia.
Desde el punto de vista de la historiografía literaria, Valparaíso aparece en un texto publicado en 1860. Se trata de la novela “Don Guillermo” de José Victorino Lastarria. Es este autor quien asume por primera vez los parámetros de la novela moderna en la tematización de un relato donde confluyen diversas variantes teniendo como trasfondo a Valparaíso. Desde ya está “La cueva del chivato” como uno de los ejes de la trama y que no tiene menor relevancia. Para todo porteño/a, ese espacio es bien conocido porque era una delimitación geográfica del Valparaíso del ayer. En esta novela de carácter mítico-alegórica con una carga ideológica detrás tenemos -podríamos decir- la fundación del Valparaíso -el cronotopo- para los siguientes y subsiguientes relatos que lo tematizan.
La lectura de dos recientes obras de diferentes y diversas facturas escriturarias no hacen más que confirmar nuestra aseveración: Valparaíso es y seguirá siendo un acicate para la conformación de relatos que lo tienen como motivación temática. Se trata de un volumen de cuentos y una novela. Lo que tienen de común es, simplemente, el espacio: Valparaíso. La manera como este es visto y modelizado a través de la escritura difieren. Según decía un viejo teórico de la Literatura (W. Kayser) -y cuyos conceptos básicos siguen teniendo plena vigencia- el asunto, es decir, lo que vive en la tradición propia, ajeno a la obra literario y que va a influir en el contenido de la obra es Valparaíso, pero visualizado desde perspectivas diversas en concordancia a los proyectos narrativos de quienes programaron estos relatos: Mauricio Arenas Oyarce, en el cuento; y Luis Fernández Mendoza, en la novela.
Los cuentos de Arenas están encapsulados en un texto brevísimo que se titula “Dignidad porteña. Cuentos y crónicas desde Valparaíso”. A pesar del subtítulo, se trata de un libro de cuentos donde el narrador deconstruye la visión idílica de un Valparaíso de postal turística. En otras palabras, los relatos tienen un sentido que revela la cara oculta de un espacio que no es un Paraíso. Es un espacio miserable donde el desamparo y la indefensión se hacen presentes. La imagen del cerro y del plan están muy bien tematizadas como una muestra de un devenir histórico. Las escaleras del puerto principal o los ascensores metafóricamente muestran dos espacios que son uno solo. Nos recuerda la obra de Arenas, la novela “Para subir al cielo” (1958) de Enrique Lafourcade donde pareciera plasmarse la imagen de este Valparaíso en doble cara: el cerro y el plan donde en sus albores estuvo la presencia de la burguesía con sus casas y palacetes que, actualmente, los que han sobrevivido a terremotos e incendios no son más que edificios derruidos y a mal traer que evocan su otrora grandeza. Aunque no hay que olvidar que alguno que otro cerro también eran espacios de lo anterior. Los cuentos de Arenas están escritos por narradores -en primera o tercera persona- que no dejan escapar la ira y la rabia contra las injusticias de una sociedad inmisericorde. Los cuentos tienen la gracia de recoger una historia que se arrastra a través del tiempo. De alguna manera, son una revelación de lo que está detrás de la imagen pintoresca de Valparaíso. La historia reciente de nuestro país que tuvo como centro también a Valparaíso no deja de estar ausente. El cuento con que se inaugura la obra –“Visión parcial”- es un relato fuerte y denunciativo. En definitiva, la obra de Mauricio Arenas no dejará a nadie indiferente, no sólo por su temática, sino además porque su autor sabe manejar muy bien los códigos narrativos para enganchar al lector/a.
La novela de Luis Fernández se denomina “Valparaíso, la otra historia”. La portada es una acuarela que nos remite inmediatamente al espacio que será tematizado. Nuestra experiencia de lectura de este texto nos permite aseverar que el autor ha tenido a la vista no sólo su condición de porteño sino también de lector de historias acerca de Valparaíso para programar su relato. De hecho, al final, deja consignada la bibliografía. Es un texto interesante de leer; el autor se maneja fluidamente con las estrategias discursivas para llevar a cabo la trama. Sin embargo, estimo que en la estructuración de esta hay una irresuelta configuración del asunto. “Valparaíso, la otra historia” bordea entre ser una obra novelesca y una crónica histórica. El narrador a veces se transforma en un investigador histórico y el relato pierde entonces su condición de ficción novelesca. El asunto, la trama, los motivos escriturarios son interesante y la imagen que se va revelando de Valparaíso en el transcurrir del tiempo están muy bien plasmados. La configuración del personaje principal -entre varios que confluyen- lo hace ser un verdadero “lazarillo” entre el devenir del espacio-tiempo del Valparaíso que se nos muestra. Nemesio Pacheco es el nombre que aglutina la historia. El nombre es mencionado al principio y luego alcanza el protagonismo hasta el desenlace, pero no es el mismo Nemesio. Aunque el narrador -digamos autor, en este caso- no realiza una distinción entre las partes del texto -los capítulos se desplazan, simplemente-, en la historia hay tres momentos claramente discernibles: el primero, se inicia en el esplendor de un Valparaíso centrado en el Barrio puerto; luego, en una época relativamente reciente que da paso a un pasado remoto -incluido el bombardeo de Valparaíso y la invención de un submarino donde Nemesio está presente- para luego volver al pasado reciente. Es aquí donde va a confluir la historia dejada inesperadamente inconclusa en la página sesenta. Todo lo anterior con la voz de un narrador autorial que tiende a hacer vacilar el relato entre la ficcionalización y la crónica histórica, e incluso periodística. De todos modos, la novela se lee con interés y fluidamente recogiendo parte de la historia de un Valparaíso ya ido. El narrador juega con la presencia de Nemesio como aquel que ensueña o sueña el espacio y el tiempo.
En conclusión, se trata de dos obras con un mismo asunto tematizado: Valparaíso, aunque con proyectos narrativos distintos. Ambas lecturas son recomendables para quienes son porteños/as y para aquellos/as que mantienen un lazo afectivo-emotivo con el Puerto principal.
(Arenas, Mauricio. Dignidad porteña. Cuentos y crónicas desde Valparaíso. Santiago: RiL editores, 2020. 56 p.// Fernández M., Luis. Valparaíso, la otra historia. Santiago: RiL editores, 2020. 206 p.)
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