La historia está concentrada -fundamentalmente- entre los personajes del coronel y su mujer, además de un actante: un gallo de pelea. En torno a ellos giran otros personajes accidentales o secundarios en un espacio que remite en una especie de profecía al universo de Macondo.
Crónica literaria de Eddie Morales Piña.
El título de esta crónica probablemente llame la atención, por cuanto se alude a un grado militar. Sin embargo, como el término crónica tiene un adjetivo, el avisado lector sabrá que el mentado coronel debe formar parte del ámbito de las letras. Sin dudas, es un coronel del ámbito de la ficción literaria. Me refiero al protagonista de una de las primeras novelas del escritor colombiano Gabriel García Márquez: “El coronel no tiene quien le escriba”, publicada en 1961; por tanto, el coronel está cumpliendo nada menos que sesenta años de vida.
Mi relación con García Márquez comenzó a temprana edad. Estoy hablando en un sentido metafórico, pues me refiero a la conexión que se estableció entre su escritura y la lectura de sus relatos. Ubiquémonos en el tiempo en que era un estudiante de enseñanza media interesado por los autores del denominado Boom de la literatura hispanoamericana, al que he aludido más de una oportunidad en estas crónicas, que son una especie de escritura testimonial o autobiográfica. Desde el momento en que descubrí a García Márquez como autor me interesé en su forma de narrar. Andando el tiempo sabría que su narratología estaba circunscrita a lo que se llamó el realismo mágico. Si mi memoria no me engaña, el primer relato que leí del Premio Nobel de Literatura de 1982 fue un cuento. Este comenzaba con una oración típicamente de la escritura garcimarquiana. Creo que nuestro autor logró enganchar a sus lectores/as, precisamente, por el comienzo de sus historias. En este sentido, es como el principio de la novela cervantina de 1605 que todo lector/a nunca podrá olvidar. Si uno revisa el inicio de sus relatos -sean cuentos, cuentos largos, novelas breves, novelas- podrá tener la certeza de lo que estoy diciendo: García Márquez fue un maestro para inaugurar una historia. El cuento que leí por primera vez del autor fue “Isabel viendo llover en Macondo” y se despliega así: “El invierno se precipitó un domingo a la salida de misa. La noche del sábado había sido sofocante. Pero aún en la mañana del domingo no se pensaba que pudiera llover”. Magistral. El cuento estaba publicado en una edición de la Editorial Estuario de Buenos Aires en 1969 y tenía un estudio del crítico Ernesto Volkening. El mentado librito lo había comprado en la Librería El Pensamiento de Valparaíso. Cuando se publicó por primera vez en 1967 su novela “Cien años de soledad” y que leí después con un entusiasmo parecido al que experimentó Carlos Fuentes cuando García Márquez le envió las primeras cuartillas -como se decía antes, y tal como lo atestiguó el colombiano-, me hizo buscar los relatos que la habían antecedido. Así llegué a “La hojarasca”, “La mala hora” y “El coronel no tiene quien le escriba”.
Este último relato desde el punto de vista de su formato narrativo puede ser catalogado como un cuento largo o una novela corta. Una nouvelle. Se lee prácticamente de una sentada. Los rasgos escriturarios garcimarquianos están configurándose paulatinamente para desembocar luego en la historia de los Buendía y en lo que vendría después. Es decir, en una forma de escribir propia. Una verdadera lengua de escritura del autor colombiano que después será imitada y, por último, vilipendiada: Macondo aborrecido. La novela “El coronel no tiene quien le escriba” (1961) la consideraba García Márquez como uno de sus relatos queridos y entrañales antes de que le llegara la fama absoluta -que a él no le gustaba- con los Aurelianos y la historia familiar de los Buendía.
El relato sobre el coronel es muy simple en su estrategia narrativa. La crítica ha señalado que aquí el autor se distanciaba de la atmósfera -influencia- de William Faulkner en aquella su primera novela con un título inolvidable: “La hojarasca” (1955). Efectivamente, la historia del coronel tiene una forma narrativa casi tradicional. El punto de hablada del narrador es de la omnisciencia. Este maneja la escritura de la manera más objetiva y directa posible. No hay lujos ni rellenos del relato.
La historia está concentrada -fundamentalmente- entre los personajes del coronel y su mujer, además de un actante: un gallo de pelea. En torno a ellos giran otros personajes accidentales o secundarios en un espacio que remite en una especie de profecía al universo de Macondo. El inicio de la novela nos da la clave de lectura: “El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más que una cucharadita”. El coronel es un militar retirado que había peleado en las guerras civiles y está a la espera de su pensión. Han pasado los años y esta no llega. Habitualmente, va a la espera del correo que viene por el río en una barca. Pero la dichosa pensión no se hace presente. Mientras tanto, el coronel y su mujer viven en la indefensión, casi en la pobreza, donde el gallo de pelea es como la tabla de salvación. Muchos críticos se han referido al simbolismo del gallo que había pertenecido al hijo asesinado en una gallera. La historia se va desplegando casi con “un aura de cosas no dichas”. La concentración narrativa es similar a la del Hemingway de “El viejo y el mar”.
El coronel es un personaje entrañable. Es obcecado y digno en sus acciones. A veces pareciera ser para el lector/a un personaje desquiciado que cuida al gallo como un recurso extremo que no quiere vender, mientras su mujer asmática y desvalida en medio del calor del trópico es más pragmática. Y el gallo está siempre omnipresente al igual que el hijo ausente. El relato concluirá con una afirmación del coronel, una palabra coprolálica que García Márquez quiso incluir en el título de una subsiguiente novela, pero los editores no lo permitieron.
“El coronel no tiene quien le escriba” a sus sesenta años, sigue siendo una obra maestra y, en consecuencia, un clásico de la literatura hispanoamericana.
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