El proyecto de investigación “Ansiedad en la privación de redes sociales” convocó a cuatro voluntarios a abstenerse de usar estas herramientas de comunicación durante cinco días. Las reacciones superaron todas las expectativas.
Cinco días sin redes sociales. Ni Facebook, ni Twitter, ni Instagram. Solo correo electrónico y llamadas telefónicas. Ese fue el desafío que un grupo de alumnos de la Escuela de Psicología de UST Viña del Mar planteó a cuatro valientes voluntarios en el marco del proyecto de investigación “Ansiedad en la privación de redes sociales”, desarrollado en la asignatura Investigación Social Cuantitativa.
Geraldine Hidalgo, Belén Vargas, Fernanda Prado y Alejandro Puga intuían que la privación de redes sociales por un periodo de tiempo estaba directamente relacionada con los índices de ansiedad, pero los resultados que obtuvieron superaron sus pronósticos. Y es que comprobaron que para un joven es casi imposible vivir sin estar conectado a las redes sociales.
Si bien la idea original era medir los niveles de ansiedad, los resultados cualitativos fueron tanto o más llamativos. Los encargados del proyecto fueron testigos de las insólitas situaciones que vivieron los cuatro sujetos en cuestión: sufrir peleas de pareja o no enterarse de una evaluación en la universidad, “descubrir” que disponían de más tiempo libre y recuperar algunas costumbres como jugar con un cubo rubik.
“Era interesante saberlo. Por nuestra edad estamos acostumbrados a usarlas y nos preguntábamos si podríamos cumplir algo así o qué nos habría pasado a nosotros si hacíamos este experimento”, dicen los responsables del proyecto.
José, uno de los voluntarios, recuerda que sin acceso a redes sociales “llamé por teléfono a muchas personas, algo que comúnmente no hago. Y a todos les avisé que les iba a hablar por correo electrónico. Me encontraba con alguien y le decía ‘¿viste mi correo?’”. Entre las consecuencias de esta privación, señala una anécdota: “el viernes (último día de la experiencia) llegué a clases, el profesor me miró y dijo ‘ya, usted, pase adelante’, yo le respondí ‘¿por qué?’ y me dice ‘tiene una presentación’”. Claro, habían avisado por whatsapp. “Los profesores casi no usan el correo”, acusa.
Sobre esos cinco días, cuenta que “para cumplir con la semana completa hice algo bien extremista, básicamente no ocupé internet para nada. Era la forma más fácil de olvidarme del whatsapp, que es lo que más uso. No vi youtube, no entré a juegos, nada, cero internet… el día se me hacía más largo”.
Otro de los participantes, Pablo, señala que notó la ansiedad de inmediato. “Es verdad, yo fumaba más cigarros, tenía ganas de comer cosas saladas, cosas dulces… es raro que pasara todo eso solo por el hecho de no tener teléfono”, dice.
Los estudiantes a cargo señalan que, al medir los niveles de ansiedad, pensaban que sería el último día (viernes) cuando los indicadores aumentarían, pero eso ocurrió el jueves. “Claro, ahí todavía tenían un día por delante, en cambio el viernes ya sabían que en pocas horas podrían volver a usar las redes sociales y por eso se calmaron”, teorizan. Sobre las experiencias de los voluntarios, dicen que hubo una gran diferencia. “Todos optaron por desinstalar esas aplicaciones de sus teléfonos, menos uno. Entonces a él le llegaban todas las notificaciones, sabía cuántos mensajes tenía sin leer, estaba todo el día pendiente de eso”, dicen.
José redescubrió el cubo rubik como entretención, básicamente para tener algo en las manos en lugar del teléfono. “Yo me consideraba adicto al teléfono. El primer día me vinieron todos los achaques, como que no sabía qué hacer. Tuve que buscar qué hacer con mi día o me habría puesto muy nervioso”, reconoce.
Pablo, en tanto, se dio cuenta que sin el teléfono en la mano “podía organizarme mejor. Antes yo me levantaba y me metía al baño con el teléfono, salía, hacía un poco de aseo y me quedaba como 15 minutos en el celular. Después te das cuenta todo el tiempo que pierdes con el teléfono… pero de eso me di cuenta como al tercer día. Yo usaba el instagram para subir fotos, ver fotos, ver memes, todas esas cosas. En un momento notas que es solo por la rutina de usar el teléfono, como que el teléfono ya es parte de ti”.
El caso más extremo se vivió con un voluntario que terminó su relación de pareja debido a esta privación. “Durante todo el proceso decía que la polola se iba a enojar… el jueves nos dijo que habían terminado y el viernes el quiebre era definitivo”, señalan.
Terminada la experiencia, José asegura que “me di cuenta que puedo ser más productivo. Uso whastapp, pero no voy a malgastar todo mi tiempo en redes sociales. El día se hace largo… ahora sé que el día es largo”, ríe. Pablo, en tanto, reconoce que “volví a lo mismo, pero como ya vi el otro lado de la moneda, estoy aprendiendo a usar menos internet. Por ejemplo, tratar de no usar tanto las redes en la semana, donde hay más cosas que hacer”.
Los estudiantes de Psicología, por su parte, creen que el proyecto les demostró que es imposible vivir sin redes sociales. “Las redes sociales ya son canales formales de comunicación. En la universidad existe la necesidad de tenerlas activas si te quieres enterar de los trabajos, de las fechas de pruebas. Acá al menos los profesores todavía usan el correo electrónico, pero en otros lados ellos mismos crean los grupos de whatsapp”, comentan.
“Ahora somos conscientes de lo mucho que uno malgasta el tiempo. Puedes pasar dos horas viendo fotos y no te das cuenta que no hiciste nada productivo. El día pasa muy rápido en las redes sociales”, resumen.
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